Salvajada y desconcierto en Colonia

Publicado en El Espectador, Enero 28 de 2016


Centenares de alemanas fueron agredidas en Nochevieja por bandas de inmigrantes. Hubo unas quinientas denuncias, muchas por ataque sexual.

Presionada por los testimonios, la Policía acabó aceptando que unos mil “originarios de áfrica del norte y países árabes” robaron y atacaron mujeres, y que algunos agresores eran solicitantes de asilo. Nadie entiende por qué una ciudad tolerante y “multikulti” sufrió eso. El “héroe de Colonia” en redes sociales fue un musculoso croata de 44 años que les partió la cara a cuatro potenciales violadores que le pedían no inmiscuirse pues esas mujeres ya eran de ellos.

Tras incidentes similares en otras ciudades, la policía federal habló del taharrush, un juego importado en el que tres anillos de hombres rodean a una mujer; los del primer círculo la acosan, manosean o violan, en segunda fila observan el espectáculo y los de atrás campanean. Después de los ataques, muchas alemanas compraron espray de gas para defenderse y una artista suiza desnuda reiteró públicamente que las mujeres no son objetos sexuales.

La violencia de jóvenes en pandilla es más miseria sexual que protesta política, precariedad económica o búsqueda de identidad; y entenderla exige superar doctrinas, y prejuicios religiosos, para pensarla en términos darwinistas. El desconcierto en Colonia confirma que la violencia sexual está mal diagnosticada, con excesivo énfasis en lo político en detrimento de lo obvio, el sexo. Ningún evolucionista se sorprenderá con esta embestida sexual primitiva, salvaje, en parte atribuíble a las bajísimas posibilidades de los victimarios para conseguir pareja, agravadas por su confusión cultural, y la impunidad: estos ataques, como otros anteriores, pueden quedar así.

Nada más explosivo y peligroso que una pandilla de jóvenes cargados de hormonas, sin chances de sexo y con alcohol. Por más doctrina igualitaria que se profese, es imposible imaginar la versión femenina de esas turbas, que no son un artificio cultural, todo lo contrario. Son naturaleza en bruto, manifiesta en varias épocas y sociedades, lo más cercano a una manada de chimpancés sintiendo hembras en celo, cuyo equivalente para machos religiosamente reprimidos son mujeres sin burka y con ánimo festivo, como en Nochevieja. Así piensa un imán de Colonia que culpa a las agredidas por estar disponibles: “medio desnudas y con perfume”.

Un criminólogo alude a la indignacion de los inmigrantes por demoras en sus papeleos, mientras una feminista francesa piensa que pretendían obligar a las víctimas a vestirse púdicamente. Estas explicaciones, rebuscadas e inconducentes, llevarán, si acaso, a aspavientos burocráticos o a unos talleres de género. La visión parsimoniosa, que los agresores buscaban sexo, escaso por el superávit masculino, sugiere no solo la aplicación de drásticas sanciones sino facilitar la inmigración de parejas, no de hombres solteros, como se hace en Canadá.

Colonia no era el escenario pertinente para el show de la artista desvestida. Usufructuó más de un milenio de civilización de machos para predicar igualdad donde es casi redundante hacerlo, ignorando regímenes que siguen responsabilizando a las mujeres por los ataques que sufren. Los incidentes acentuaron la división entre quienes se niegan a debatir el multiculturalismo y consideran racista cualquier mención del origen de los atacantes y quienes reconocen haber ignorado el sometimiento de mujeres en barrios de inmigrantes y acusan a políticos y periodistas de silenciar desmanes por el afán politiquero de mermarle apoyo a la extrema derecha, como ocurrió incluso en Suecia.


Tienen razón las feministas al anotar que los ataques no se explican porque sus autores fueran árabes sino porque son hombres. La falacia está en callar peculiaridades como su juventud, su visión arcaica de las mujeres, su agrupamiento en un país extraño sin ellas y el consecuente desierto sexual, que definitivamente no caracterizan al género masculino, así como el taharrush no representa el acoso sexual callejero. La violencia mal reprimida de Colonia no es aprendida. El homo sapiens nace así y debe ser domesticado, algo que occidente logró con autocontrol individual y sanción selectiva, no con la minuciosa supervisión cotidiana de toda la población. Las violaciones en grupo, corrientes hasta el medioevo, fueron erradicadas de Europa, incluso en enclaves bien conservadores, varios siglos antes del discurso contra la mujer objeto. Salvo excepciones criminales o guerras, allí las mujeres no tienen que esconderse ni taparse para evitar que las violen o rapten. Muchas andan con senos al aire en playas y piscinas públicas. Algunas incluso protestan desnudas frente a una catedral por desafueros viriles comunes en cárceles, cuarteles, zonas de frontera, barrios marginados o donde haya bandas de jóvenes sin pareja, incluso en fraternidades de universitarios gringos bien adoctrinados por el feminismo.






Arpi, Ivar (2016). “It’s not only Germany that covers up mass sex attacks by migrant men... Sweden’s record is shameful”. The SpectatorJan 16

Boutelet, Cécile (2016) “Agressions du Nouvel An : à Cologne, « ce ne sera plus jamais comme avant »”. Le Monde13 Jan

Connolly, Kate (2016) “Tensions rise in Germany over handling of mass sexual assaults in Cologne”, The GuardianJan 7

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PD (2016). “El campeón de kick boxing le parte la cara a cuatro musulmanes que querían violar a dos chicas en Colonia”. Periodista DigitalEnero 14

PD (2016) “El imán de Colonia culpa a las víctimas de los abusos sexuales por usar perfume". Periodista Digital,  Enero 21

RT (2016) “Women shouldn’t hide away: Swiss artist stages nude protest in Cologne after NYE assaults”. RT NewsJan 9


Schmidt, Janek & Emma Graham-Harrison (2016) “If we want Germans to accept Arabs, Arabs must also learn to accept them”. The GuardianJan 16