Mona Lisa, el inmigrante y su prometida

Publicado en El Espectador, Abril 19 de 2018


Un lunes de Agosto de 1911 la Gioconda desapareció del Louvre sin que nadie entendiera cómo.

La vigilancia sobre las obras de arte era precaria. Además, Mona Lisa era menos valorada y conocida que hoy. Fue a raíz del robo que se volvió famosa. La única pista era el marco del cuadro abandonado en el museo. Con una larga lista de posibles responsables, se pensó desde un coleccionista perverso hasta un admirador obsesionado; incluso Picasso y Apolinaire fueron interrogados.

La pesquisa contó con conocimiento criminalístico de punta. Recién perfeccionada la técnica, la policía pudo tomar las huellas dactilares que quedaron en el marco. Se compararon sin éxito con las de todas las personas que tuvieron acceso al museo ese día. También se convocó a los trabajadores de una empresa de mantenimiento. El único que no atendió la citación fue Vincenzo Peruggia, un inmigrante italiano que dos años después confesaría el robo. Un policía lo visitó en su apartamento, le hizo preguntas, pero su perfil era tan diferente al de los eventuales sospechosos que ni siquiera cotejó sus huellas dactilares y mucho menos imaginó que allí mismo estaba escondido el tesoro.

A finales de 1913 Peruggia logró sacar a la Mona Lisa en un baúl de doble fondo para devolverla a Italia. Desde París le había escrito a un galerista florentino, a quien le pidió recompensa. Lo esperó en su hotel para que hiciera examinar la obra pero al confirmarse su autenticidad, la policía italiana detuvo a Peruggia, que no entendía semejante ingratitud: él esperaba una medalla por su noble gesto.

Sobre las motivaciones de Peruggia ha habido varias hipótesis. La familia y su abogado sostenían que actuó por patriotismo y venganza ante el maltrato sufrido en Francia como inmigrante. Una película alemana de 1931 destaca su amor por Mathilde, una joven tan parecida a la Gioconda que lo habría empujado a robar su retrato. Art Lover, obra de teatro de Jules Tasca, retomó la influencia de Mathilde, una ex prostituta, para armar un triángulo amoroso con Vincenzo y la Gioconda.

Un documental reciente, disponible en Netflix, de Joe Medeiros, quien lleva treinta años obsesionado con la historia, describe a Mathilde como una humilde alsaciana que Peruggia conoció trabajando, que fue su amante y prometida hasta que ella le descubrió cartas de otras mujeres y lo abandonó. Es bastante inverosímil este escenario de la joven provinciana que de buenas a primeras se convierte en amante de un pobre extranjero discriminado y resentido al que, además, abandona por tener demasiadas mujeres. Tal situación era imposible en una época de miseria sexual generalizada entre los obreros solteros inmigrantes. Sobre todo cuando los protocolos matrimoniales le sumaban a la virginidad la norma informal de no relacionarse con gente ajena a la región de origen.

En realidad, Perugia había conocido a Mathilde pagando por sus encantos. Un periódico de la época cuenta que ella estaba un día en el parque con Giulio Bonario, un vividor, cuando se encontraron con Peruggia. Cenaron y fueron a un salón de baile en dónde, tras una discusión, Bonario apuñaló a la joven. Peruggia se ocupó de ella y la llevó a donde una italiana de su barrio que la atendió por tres semanas hasta que se recuperó. “La mujer herida se convirtió en su amante. Era tan hermosa que él la mostraba orgullosamente a sus amigos”.

Solo así resulta creíble la propuesta teatral de Tasca: la prostituta rescatada por el inmigrante que le prometió cielo y tierra. El triángulo amoroso entre Vincenzo, Mathilde y la Gioconda hubiera dado en el clavo si el dramaturgo no lo hubiera contaminado con elucubraciones sobre el dilema de la madona y la puta.

Con un par de conjeturas se aclara el asunto. Para Mathilde, la puñalada de Bonario habría sido la gota que rebosó la copa de los riesgos del oficio y el gesto de Peruggia al encargarse de ella un primer paso tierno y cautivador. Tras la convalecencia, el inmigrante habría tenido que seducirla a crédito, asegurándole que pronto iba a vender la Mona Lisa. Es imposible creer que Mathilde no supiera nada de semejante tesoro escondido, como le dijo a las autoridades. Era lo único que tenía Vincenzo para retenerla. Es diciente que, en esa misma declaración, ella hiciera alusión al baúl que escondía la obra y asegurara haberle advertido a su prometido que, cuando se casaran, ella no aceptaría tener algo tan aparatoso en su hogar. En otros términos, “la Gioconda o yo”. El amor por Mathilde habría precipitado la decisión de Peruggia de llevar la Gioconda a Italia para venderla. La jugosa transacción era indispensable para convencer a su prometida de que él sí podía garantizarle el futuro que ella merecía.  

* Facultad de Economía, Externado de Colombia








Coignard, Jérôme (1990). On a volé la Joconde. Paris: Pol'Art

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Sasoon, Donald (2001). Becoming Mona Lisa. The MAking of a Global Icon. NY, London: Hartcourt

Scotti, R.A. (2009). Vanished Smile. The Mysterious Theft of Mona Lisa. NY: Alfred Knoff