Los clientes de la prostitución en Colombia



Los clientes de la prostitución en Colombia
Un Análisis con la Encuesta Nacional de Demografía y Salud 2015

Mauricio Rubio
Abril de 2018

Docente investigador - Facultad de Economía
Universidad Externado de Colombia

Resumen
La Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS) de 2015 es la primera fuente de información sobre prostitución colombiana por el lado de los clientes. Permite comparar las características de los usuarios e identificar los factores asociados a la decisión de acudir al mercado del sexo. En este trabajo se presentan los resultados de ese ejercicio. Tras una introducción, en la primera parte se calcula la magnitud de la clientela y se hace una estimación del tamaño del negocio. En la segunda sección, exploratoria e inductiva, se identifican y analizan las variables de la ENDS que ayudan a discriminar a los clientes de quienes no lo son. En la tercera, más tradicional, se resumen las pocas teorías disponibles sobre la clientela de la prostitución y, en la medida de lo posible, se contrastan con los datos de la ENDS y fuentes testimoniales. En la cuarta sección se señalan algunas características esenciales del mercado del sexo en Colombia no cubiertas por la ENDS, y en la quinta se hacen recomendaciones para regularlo, con énfasis en la prevención de la prostitución adolescente.
Abstract
The 2015 National Survey of Demography and Health (Encuesta Nacional de Demografía y Salud - ENDS) is the first source of information about Colombian prostitution customers. It allows to compare the characteristics of users with those of other men. Thus, the factors associated with being a client can be analyzed. The results of that exercise are presented in this paper. In the first exploratory section, an inductive approach is used to identify the variables of the ENDS that help discriminate customers. In the second part, which is more traditional, the few theories available in the literature on prostitution clientele are summarized and contrasted with the ENDS and other sources. After pointing out a few essential characteristics of the sex market in Colombia outside the scope of the ENDS, some arguments are made on why that market should be regulated, specially to prevent teenage prostitution.






Tabla de Contenidos

Introducción....... 1
Lo que muestran los datos de la ENDS 2015....... 2
La magnitud de la clientela y del negocio en Colombia... 2
El perfil de los clientes colombianos... 4
Entornos favorables a la prostitución... 9
El impacto simultáneo de las distintas variables... 10
Teorías disponibles sobre la clientela....... 12
Desequilibrios demográficos... 12
Evidencia para Colombia sobre desequilibrios demográficos... 14
Un mercado estratificado... 17
Las motivaciones individuales de los clientes... 19
Características de la prostitución colombiana no cubiertas por la ENDS....... 26
Un sesgo de la encuesta... 26
Demanda especial: corruptos, criminales y mafiosos... 27
Clientela poderosa atraída por las menores de edad... 27
Sugerencias para regular el mercado....... 29
Prevenir la prostitución adolescente... 29
Impuestos y aportes a la seguridad social... 30
Combatir la discriminación y el clasismo... 31
Superar un discurso inconducente... 34
Referencias....... 35





Agradecimientos

Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en el coloquio sobre “Relaciones de poder hombre-mujer. Sobre ética, política y sexo” organizado por el Centro de Ética y Democracia de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Icesi de Cali, el 22 de febrero de 2018. Agradezco a Rafael Silva Vega, director del Centro, la invitación a participar en el evento así como sus comentarios. También agradezco las críticas de las personas participantes en el coloquio y especialmente las de Jerónimo Botero Marino, decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Icesi.



Introducción

Cuando a finales del siglo XIX el médico español Prudencio Sereñana y Partagás recopiló estimativos del número de prostitutas en varias ciudades europeas encontró diferencias abismales. En Viena, por ejemplo, estaban registradas cerca de tres mil mujeres por cien mil habitantes. En la no muy lejana Bruselas apenas pasaban de cien.
Un siglo más tarde la Guardia Civil española realizó un detallado censo de mujeres en los clubs de carretera. Las diferencias por país de origen eran notables, incluso como proporción de la inmigración femenina de cada nacionalidad. Lideraban la actividad las brasileras, seguidas por colombianas y dominicanas. De Ecuador, Bolivia o Perú había proporciones ínfimas (Rubio, 2002). Actualmente en los burdeles virtuales españoles, se mantiene un ordenamiento similar.
La composición por nacionalidades de la prostitución latinoamericana en la península ibérica muestra que los países de los cuales salen más mujeres a venderse en Europa son mayoritariamente mestizos y no se caracterizan por la precariedad económica. Por el contrario, son sociedades con un ingreso per cápita superior al promedio de la región. A su vez, las sociedades más pobres no participan en el activo mercado del sexo español.
Al interior de un país también se dan sustanciales diferencias regionales. Frente a  las demás ciudades colombianas, Pereira es como la Viena del siglo XIX. Con menos del 1% de la población del país, allí nacieron el 10% de las prositutas censadas por la Policía Nacional en 2010. La fama de esta ciudad cafetera como gran centro de prostitución llegó hace unos años hasta las páginas de la prensa española con el tradicional recetario de explicaciones: la ciudad inmersa en la crisis, el derrumbe del precio del grano, el terremoto, las redes transnacionales (Ruiz, 2010)
Basta tomar en serio las brechas regionales para ser escéptico con las explicaciones comunes y globales sobre el comercio sexual. Al igual que el liderazgo que lograron ciertas zonas colombianas en la exportación de cocaína, el escenario más consistente con la alta concentración y persistencia geográfica del comercio sexual es la consolidación de redes que transmiten el saber hacer del negocio a su entorno cercano de familiares, vecinos y conocidos. La continuidad de la oferta, a su vez, la garantiza una demanda oportunista. Ambas partes del mercado se conocen poco.
La Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS) de 2015 es una valiosa fuente de información sobre los clientes de la prostitución colombiana. Se trata de una muestra, aleatoria y representativa de la población masculina, con cerca de 30 mil encuestados, que permite hacer ejercicios estadísticos para identificar las características de los usuarios, comparándolos con las del resto de hombres que, como grupo de control, ayudan a identificar los factores asociados a la decisión de acudir como demandante al mercado del sexo. En este trabajo se presentan los resultados de ese ejercicio.

Lo que muestran los datos de la ENDS 2015

La magnitud de la clientela y del negocio en Colombia

Segín la ENDS, 34.8% de los colombianos  -un poco más de 5 millones de hombres entre 13 y 59 años- han pagado alguna vez en su vida por tener relaciones sexuales. Para estándares internacionales esta cifra es alta, una de las mayores del mundo. Según la Global Sex Survey realizada por Durex en 2006 [1]  los países asiáticos lideran la demanda por prostitución en el mundo y, dentro de ellos, se destaca Vietnam, con un 34% [2]. Al interior de estos grupos de países también se observan importantes variaciones. En Europa, por ejemplo, a principios de los años noventa, algunos estimativos sobre el porcentaje de demandantes de prostitución españoles llegaban al 39% (Månsson, 2014).

Gráfica 1

La cifra sobre pago por servicios sexuales durante los últimos 12 meses es bastante inferior, 5.2% -816 mil hombres-, sugiriendo una demanda transitoria por prostitución que para algunos, tal vez, corresponde al inicio de la vida sexual en un país machista.
El mercado se puede suponer segmentado de acuerdo con la capacidad adquisitiva de sus clientes, lo que permite hacer un estimativo del volumen total del negocio. Con base en la información de las tarifas en cada uno de los estratos en la ciudad de Bogotá  [3], teniendo en cuenta la participación de los clientes en el total nacional, decreciente según la riqueza  [4], y  con una frecuencia estimada de servicios [5] se tendría un volumen total del negocio cercano a los U$ 380 millones al año [6].
Los datos de la ENDS corroboran una gran disparidad regional de la prostitución colombiana. Mientras en algunos departamentos, como Guaviare o Arauca, más de la mitad de los hombres reportan haber pagado alguna vez por tener relaciones sexuales, en otros como Tolima o Cauca la proporción es del 20%. Como se señaló, no todos esos demandantes se vuelven habituales, y esa decisión también varía por región. El departamento de San Andrés es donde la proporción de clientes recientes es mayor, 10%, mientras en Vaupés apenas llega al 1%. De todas maneras, persiste una correlación relativamente alta (58%) entre el haber pagado “alguna vez” y el “último año”, lo que indica que ciertos entornos serían más favorables que otros para el mercado del sexo.
Gráfica 2

Se puede plantear que si por aguna razón  surge una alta demanda por servicios sexuales, habrá un flujo de mujeres que, con o sin impulso de traficantes, emigrarán hacia ese lugar a satisfacerla, como buscaban hacer las jóvenes europeas a principios del siglo XX hacia Viena. Una vez consolidado, el comercio sexual en una localidad actuaría como incentivo para que los hombres alrededor de ese lugar acudan a él.

El perfil de los clientes colombianos

La ENDS muestra que, a pesar de sus altos niveles actuales, la demanda por prostitución viene descendiendo en Colombia. Mientras que en la cohorte de hombres mayores de 50 años casi la mitad (45.3%) reportan haber pagado por sexo alguna vez en la vida, en la generación más joven, con menos de 20 años, la cifra no alcanza el 10%. El dato concerniente al último año, que hace más nítida la comparación entre generaciones, muestra que la proproción de adultos que utilizaron servicios sexuales (6.7%) es casi el doble de la correspondiente a los jóvenes (3.8%).

Gráfica 3

El perfil de los clientes por quintiles de riqueza y nivel educativo confirma la tendencia decreciente de la demanda por prostitución en el país. El porcentaje de usuarios en los estratos bajos (6.5%) más que duplica el observado en el quintil superior de la riqueza (2.6%). La diferencia por nivel educativo es aún mayor: la fracción de hombres sin ninguna educación que pagaron recientemente por tener sexo (11%) casi cuadruplica la de aquellos con estudios después del bachillerato (2.9%).
Gráfica 4

Un dato bien revelador sobre las características del mercado del sexo en Colombia es el estado civil de los usuarios. Quienes más recurren a un mercado en donde pueden comprar relaciones íntimas son los hombres que por su situación marital no tienen sexo en el hogar. La diferencia no es despreciable. Mientras que entre los hombres casados o en unión libre el porcentaje que reporta haber pagado por servicios sexuales el último año es 2.1%, entre quienes no cuentan con una pareja establecida –solteros, separados, divorciados y viudos- la proporción es más de cuatro veces superior, 9.5%. Al analizar el perfil tanto por estado marital como por rangos etáreos se observa que los clientes casados de la prostitución representan una cifra baja y estable alrededor del 2%.  Entre quienes no viven con una pareja, la demanda aumenta continuamente con el paso del tiempo. A partir de los cuarenta años se configura el grueso de la clientela, una cuarta parte de los hombres, constituída por solteros mayores y por quienes alguna vez estuvieron casados o en unión.
Gráfica 5

No parece casualidad que el grupo que concentra buena parte de la clientela de la prostitución reporte menor actividad sexual: una vez cada tres semanas frente a un encuentro semanal registrado en promedio por los hombres con pareja estable [7] . Esta peculiaridad sugiere que para los solteros maduros, que no han tenido nunca una compañera permanente, o para quienes la tuvieron en el pasado pero no la conservan, la posibilidad de conocer otras personas para relacionarse, o para tener sexo casual, es precaria [8]. Esa abstinencia o “miseria sexual” sería la principal razón para acudir a una prostituta.
Este escenario es consistente con otro dato de la ENDS: la continencia reportada por las mujeres sin pareja estable, con relación a las casadas o en unión, que no solo es alta sino mucho mayor que la de los hombres.

Gráfica 6

En la ENDS se hicieron varias preguntas para conocer la opinión de los encuestados sobre los roles de género  [9] y la violencia contra la mujer [10]. Con base en las respectivas respuestas se pudo construír un índice que varía entre 0 para quienes manifiestan total desacuerdo con los estereotipos de género y con las justificaciones para maltratar a las mujeres y 1 para los hombres más machistas [11]. Los datos de la ENDS señalan una asociación positiva y estrecha entre este índice de machismo y haber pagado por sexo, pero la separación de la muestra entre quienes tienen pareja permanente y quienes no la tienen revela que este sigue siendo el factor determinante de la demanda por servicios sexuales.
En efecto, para cualquier quintil en la escala de machismo, los hombres sin pareja estable acudieron más al mercado del sexo el último año. La proporción de clientes entre los casados muy machistas es similar a la observada entre solteros o separados en los rangos inferiores de la escala de machismo.
El impacto del machismo sobre la clientela de la prostitución es diferente a corto plazo (haber pagado por sexo el último año) que a largo plazo (alguna vez en la vida): en este último caso, en los niveles bajos de machismo es mayor la proporción de clientes entre los emparejados que entre los no unidos. La importancia del matrimonio o la unión permanente sobre la demanda por servicios sexuales se hace evidente en la parte derecha de la gráfica, que muestra a quienes fueron clientes alguna vez pero dejaron de serlo. Se destacan por su importancia los hombres que en el momento de la encuesta tenían una pareja permanente: allí se concentra la mayor proporción de hombres que dejaron de ser clientes de la prostitución. Entre ellos, el índice de machismo no muestra mayor efecto sobre la decisión de contratar servicios sexuales. El matrimonio o la unión permanente aparecen como un eficaz antídoto contra la demanda por prostitución.

Gráfica 7

Fuera del estado marital, distintas variables de la ENDS sobre antecedentes familiares o vida de pareja del encuestado se asocian con el pago por servicios sexuales. La primera es la edad de inicio de la actividad sexual: los clientes de la prostitución reportan haber tenido sexo por primera vez más temprano en su vida que quienes no acuden a ese mercado. La segunda es el recuerdo de que la madre fuera golpeada por el padre en el hogar. La tercera es no haber tenido medio hermanos por el lado materno, un indicio de exclusividad de la madre. El número total de parejas a lo largo de la vida también muestra una asociación con el pago por servicios sexuales  [12].
Gráfica 8

Otro factor individual que incide sobre la compra de servicios sexuales es ser la persona que de manera exclusiva, sin interferencia de la cónyuge o compañera, toma las decisiones de gasto en el hogar. Confirmando el efecto determinante del estado civil, estas variables muestran la importancia que tienen la vida familiar y las decisiones sexuales de los encuestados sobre la demanda por prostitución.

Entornos favorables a la prostitución

Algunas variables de la ENDS agregadas por departamentos muestran un poder explicativo sobre la decisión individual de contratar servicios sexuales. Una de ellas, que a primera vista parecería redundante, es la incidencia promedio de clientes de la prostitución en cada departamento, magnitud que podría tomarse como proxy del tamaño del mercado y por lo tanto de la disponibilidad de tales servicios.  La segunda, que da más luces sobre los determinantes culturales de la demanda individual, es el promedio departamental observado para la diferencia entre la edad de inicio  sexual de las mujeres y la de los hombres.
Mientras en aquellos departamentos –como San Andrés, Arauca o la Guajira- en los que las mujeres inician su vida sexual en promedio dos años después que los hombres la demanda por servicios sexuales está bastante por encima del promedio, en aquellos en los que esa diferencia de edades es del orden de seis meses –Guanía o Vaupés- la proporción de clientes de la prostitución es muy baja.
Gráfica 9

El impacto simultáneo de las distintas variables

Al considerar la interacción simultánea de todas las variables –individuales y del entorno- analizadas hasta este punto sobre la decisión de acudir al mercado de la prostitución se obtienen resultados interesantes, algunos imprevistos, que se resumen  a continuación. De lejos, el factor que en Colombia más ayuda a explicar el pago de servicios sexuales el último año es no tener una pareja estable, que multiplica por casi 8 los chances de hacerlo.

Tabla 1

Fuera del estado marital, como factores individuales que aumentan los chances de pagar por servicios sexuales, le siguen en importancia [13] :
-            la edad (cada  año aumenta en 6% los chances)
-            el número de parejas anteriores (por año de actividad sexual); cada relación adicional incrementa en 23% la probabilidad de ser cliente
-            el índice de machismo (pasar del mínimo al máximo de la escala) cuadruplica los chances de pagar por sexo
-            decidir solo los gastos familiares (+78%)
-            que la madre haya sido golpeada por el padre (+22%)
Como variables individuales que disminuyen la probabilidad de ser cliente de la prosttución están:
-            la riqueza (cada quintil -19%)
-            el número de hijos (cada hijo -13%)
-            la edad de inicio de la vida sexual (cada año adicional -6%)
-            la educación (cada nivel primaria, bachillertao, superior -16%)
-            no tener medio hermanos por el lado materno (-23%)
Con respecto a los factores ambientales, o sea del entorno en el que se toma la decisión, son dos los que muestran un impacto positivo y estadísticamente significativo sobre el pago por servicios sexuales. Uno, la inicidencia promedio de clientes en el departamento que, aún con un nivel de agregación tan burdo como puede ser esta unidad administrativa, corrobora la idea de parámetros regionales que acaban incidiendo en la decisión individual de pagar por sexo. Ceteris paribus, pasar de un departamento en donde no existe la posibilidad de contratar servicios sexuales a otro en el que todos los hombres lo hacen multiplicaría casi por siete (6.6) los chances de que un hombre promedio lo haga.
El segundo parámetro del entorno que, como se señaló, suministra elementos para entender la dinámica del mercado más allá de su simple persistencia, es el promedio departamental de la diferencia en la edad de inicio sexual entre mujeres y hombres. La magnitud del impacto no es despreciable: cada año de ventaja de los hombres en cuando a la primera vez que tienen sexo casi duplica (+94%) los chances de que un varón de ese departamento acuda a la prostitución.
Otro síntoma de la influencia del entorno sobre las decisiones individuales es que al introducir en la ecuación estimada una variable dummy (ficticia) para los dos departamentos con mayor proporción de clientes, y los dos en el otro extremo, se obtienen coeficientes estadísticamente significativos, positivos en el primer caso, negativos en el segundo, artificio que refleja que todas las variables utilizadas en la ecuación dejan sin explicar algunos efectos regionales.

Teorías disponibles sobre la clientela

Desequilibrios demográficos

Un escenario fértil como pocos para el surgimiento de la prostitución es el que se podría denominar la tierra de frontera: cuando volúmenes importantes de hombres solteros buscan fortuna y migran hacia territorios poco habitados. Ese sería el caso de la colonización de ciertas provincias Australianas, la fiebre del oro en el oeste estadounidense en el siglo XIX, la llegada de inmigrantes europeos sin familia que, por la misma época, se radicaron en Buenos Aires  (Guy, 1994), o las distintas fiebres de productos básicos –el oro, el caucho, la quina, las esmeraldas, la coca- que de manera recurrente se han presentando en América Latina. La escasez relativa de mujeres puede alcanzar dimensiones considerables. A mediados del s. XIX en San Francisco, California, alcanzó a haber cincuenta hombres por cada mujer (Leigh, 1996). Consecuentemente, varios cronistas de la época hablan de una verdadera invasión de prostitutas provenientes de distintos países (Pourner, 1997 y Leigh, 1996).
El excedente de hombres también se ha dado en contextos urbanos, como Paris durante la segunda mitad del siglo XIX la inmigración generó un enorme desequilibrio de sexos. El “vasto proletariado masculino en estado de miseria sexual” se agravaba con el flujo de obreros temporales de la construcción (Corbin, 1982). En ciudades colombianas como Bogotá o Medellín también se dieron a lo largo de los siglos XIX y XX importantes flujos migratorios campesinos, tanto de hombres como de mujeres, que no siempre encontraron mercados de parejas establecidos y por ende fomentaron la demanda por prostitución (Martínez y Rodríguez, 2002).
El simple restablecimiento del equilibrio demográfico ha sido suficiente para la reducción sustancial del sexo pago. Una vez que en Paris se estabilizó la inmigración, vinieron las familias y se impuso el modelo conyugal entre el proletariado, bajó significativamente la prostitución  (Corbin, 1982) . Algo similar ocurrió en San Francisco y en varios de los poblados californianos cuando empezaron a llegar y conformarse las familias.
Históricamente, una fuente importante de superávit transitorio de hombres en una localidad han sido los cuarteles, campamentos o contingentes militares, como las bases estadounidenses en el Pacífico. En Filipinas, Corea del Sur y Okinawa se construyeron instalaciones especiales para atender con esclavas sexuales a soldados y marinos. Se habla de más de un millón de mujeres  (Moon, 1997). En menor escala, algo similar ocurrió en España con la llegada, en los años cincuenta, de la Sexta Flota a Barcelona y la construcción de bases cerca de Madrid, Zaragoza, Sevilla y Cádiz  (García, 2002, p.69). El establecimiento del servicio militar obligatorio en Francia, en 1872, tuvo un impacto notorio sobre la actividad en las localidades dónde había cuarteles o puertos de guerra (Corbin, 1982, p. 295).
Otra variante del exceso masculino son los movimientos asociados a los flujos comerciales en los puertos [14], o donde se emprenden grandes obras de infraestructura con mano de obra foránea soltera. Cuando, en 1880, los franceses iniciaron la construcción del canal de Panamá, hubo gran demanda por servicios sexuales que atrajo prostitutas del Caribe y latinoamérica  (Chaumont et. al., 2017).
La industria turística también ha servido de aliciente a la prostitución desde hace siglos (Sereñana, 1882, p. 36) . El algunos lugares exóticos el sexo hace parte integral del mercadeo del turismo  y la línea que separa la venta de servicios sexuales de la rumba, el interés por lo ecológico, o el flirteo se hace tenue (Agustín , 2004). La situación se caracteriza por una abismal disparidad en el poder de compra entre los clientes y quienes venden servicios sexuales.
Un caso paradigmático, apoyado por las autoridades, donde hubo militares, trabajadores inmigrantes y turismo es el de Curazao, en dónde el gobierno colonial holandés, en los años cuarenta, estableció un gigantesco prostíbulo (Claassen y Polanía, 1998 p. 13).

Evidencia para Colombia sobre desequilibrios demográficos

Los datos de la ENDS agrupados por departamentos no ayudan a corroborar la hipótesis del desequilibrio demográfico favorable a la prostitución. La proporción de hombres que no tienen una pareja estable ya se asocia positivamente con el reporte de haber sido cliente. Aunque el índice de correlación sigue siendo bajo sería apresurado descartar estos factores demográficos puesto que se trata de una agregación demasiado burda, que esconde lo que ocurre a nivel de las localidades.
Gráfica 10

Una guarnición militar como Tolemaida, situada en las inmediaciones de Melgar, Tolima, puede impulsar de manera definitiva la prostitución local, incluso atraer oferta de servicios sexuales desde Bogotá (Triviño, 2012), pero no alcanza a alterar de manera perceptible el desequilibro entre hombres y mujeres del departamento.
San Andrés, que según la ENDS lidera la demanda por servicios sexuales en Colombia, se destaca por una gran afluencia de turistas y alta presencia de narcotraficantes, usuarios tradicionales. Hace unos años, tras la adjudicación a Ecopetrol y dos socios extranjeros de una amplia área de explotación cercana a la isla de Providencia, las autoridades locales manifestaban temor porque “una estación petrolera acabe con la vida insular: que la presencia de los trabajadores petroleros en sus días de descanso estimule la prostitución” (León, 2011).
Un periódico de Florencia, Caquetá, anota que allí “operaban tres de las 10 brigadas móviles que funcionan en el sur del país, cada una de ellas con cuatro batallones de soldados. Estamos en la zona de Colombia que mayor presencia de la Fuerza Pública tiene. Eso significa muchos, pero muchos hombres solos”  (CECC, 2015). Alguien que trabajó hace una década con el Plan Colombia, en la base antinarcóticos de la Policía y con el batallón Joaquín París en San José del Guaviare, calificaba la zona como una “tierra de nadie” estrictamente controlada por militares. De manera coloquial, describe un doble desequilibrio: superávit de lugareñas como resultado del conflicto y, a la vez, de hombres foráneos que demandan servicios sexuales ofrecidos por mujeres, también ajenas a la región, que además satisfacen clientela local. “La ciudad está llena de viudas jóvenes con muchos hijos… En los sitios de rumba las mujeres lo sacan a uno a bailar lo que suene… Los prostíbulos más famosos están llenos de muchachitas divinas del Eje Cafetero” (Gómez Córdoba, 2008).
Durante el conflcto colombiano aumentó la prostitución donde quiera que llegaban los grupos armados. “En la década de los ochenta, en pleno auge de los cultivos de coca y con la presencia de la guerrilla, se construyeron los primeros grandes prostíbulos en las inspecciones y veredas”  (Ramírez, 2012, p. 77). La presencia del bando opuesto tuvo un impacto similar. “Durante los siete años de dominio paramilitar en El Placer y sus veredas más cercanas... los paramilitares promovieron la prostitución” (Ramírez, 2012, p. 173).
Un comandante paramilitar recuerda cómo “tomábamos un sector, llevábamos las mujeres allá, iban sesenta o cuarenta. Se armaban carpas, se mataban dos o tres animales y se preparaba la comida ahí. Bailaban, se bañaban y hacían sus necesidades. Ellas duraban por ahí hasta las cuatro de la tarde. Llegaban por ahí cien hombres, ciento veinte. Y ese día se atendía esa compañía, al otro día se sacaba otra compañía diferente, de pronto también iban mujeres diferentes” (Ramírez, 2012, p. 177).
Estos testimonios ilustran lo que, con datos agregados por departamentos, y también individuales, se observa con la ENDS. Un indicador departamental de presencia paramilitar [15] muestra una asociación positiva con el reporte de haber pagado por servicios sexuales alguna vez.  Aunque la relación para el total de departamentos no es estrecha, la gráfica sugiere una división de los departamentos en dos categorías, una con mayor prostitución que la otra pero en ambas un impulso similar de la presencia paramilitar. El paramilitarismo está lejos de ser el principal factor determinante pero sí un fenómeno con capacidad de aumentar los niveles –altos o bajos- de prostitución en una localidad.

Gráfica 11

Esa interpretación de la gráfica es consistente con el análisis estadístico de los datos individuales. Si la ecuación presentada atrás con el efecto simultáneo de las distintas variables se estima introduciendo como variable “ambiental” el índice de paramilitarismo, y se restringe la muestra a las zonas rurales, se confirma que su impacto es estadisticamente significativo (z = 3.3) y de una magnitud considerable: pasar de un departamento sin presencia paramilitar a otro en el cual la totalidad de los municipios estuvieran controlados por estos guerreros multiplicaría por 2.3 los chances de que el hombre típico de ese departamento pague por servicios sexuales. La mecánica parecería simple: los comandantes paramilitares llevan a la región prostitutas para atender a su tropa y la disponibilidad de esos servicios atrae a los demás habitantes de esas localidades. Para la presencia de la guerrilla o del ejército no se observa un impacto similar, lo que se puede explicar por la proporción más alta de mujeres dentro de los grupos insurgentes y el mayor control de los comandantes sobre la tropa en ambas organizaciones.

Un mercado estratificado

Otra característica de la prostitución en muchos lugares y épocas ha sido la estratificación del mercado en distintos segmentos, para atender una demanda que varía considerablemente de acuerdo a la posición social y económica de los demandantes [16].
En un libro costumbrista holandés del s. XVIII, se distinguen cuatro tipos de prostitutas, “la clasificación sigue la acostumbrada jerarquía en la que una prostituta tiene más categoría y pide más dinero a medida que atiende a menos clientes y es menos visible en público”  (Van de Pol, 2004, p. 17).
La idea de estratificación del mercado del sexo es importante porque define su dinámica de acuerdo con la capacidad económica de los clientes más poderosos y la posibilidad de tener exclusividad en esos servicios, un esquema que también se adecúa a las preferencias de quienes los ofrecen: pocos clientes que paguen sumas importantes por un tratamiento especial, similar a una relación matrimonial, en lugar de muchos clientes pasajeros de bajos recursos. Vanesa, por ejemplo, menciona al cliente pudiente que “se enamora de la prostituta, le paga la deuda y la pone a vivir como reina” (Cortés, 2012, p. 59 ).
Los datos de la ENDS corroboran esta visión por estratos económicos y muestran que la segmentación también presenta importantes diferencias regionales.

Gráfica 12

Para el total del país, 73% de los clientes se sitúan en los dos quintiles inferiores de la riqueza y sólo 5% en el más alto. Para Bogotá, por el contrario, 63% están en los segmentos favorecidos y ninguno en el más pobre. Algo similar ocurre en la parte urbana de Antioquia y Valle. En estas tres zonas se puede pensar en una clientela con alto poder adquisitivo, como los ejecutivos o los narcotraficantes que empujan al alza el valor de los servicios sexuales. Un burdel de la capital, por ejemplo, está especializado en hombres de negocios extranjeros que pagan entre 200 y 500 dólares la hora. Su propietario anota orgulloso que su clientela no es de narcos: “prefiero un cliente que se gaste un millón dos veces al mes y no uno que venga y se gaste en una noche 16 millones pero que me espante a tres de esos que son gente decente” (SoHo, 2017).
Incluso en estratos populares es perceptible el impacto del narcotráfico. En zonas cocaleras, las mujeres “cobran caro; están acostumbradas al raspachín, que llega con plata y paga lo que le pidan”  (Gómez Córdoba, 2008).

 

Las motivaciones individuales de los clientes

Según la caracterización más generalizada del cliente de la prostitución, se trata de un tipo cualquiera, un John, prácticamente imposible de distinguir de los demás hombres. “Sabemos que los clientes del mercado del sexo son gente ordinaria que lleva vidas ordinarias y que por distintas razones compran bienes y servicios sexuales. Su participación en el mercado no implica de ninguna manera que no tengan una relación sexual estable” (Zeno-Zencovich, 2011,  p. 25). Desde principios del siglo XX , Abraham Flexner, educador norteamericano, señalaba que “la demanda por parte de los hombres es tan común que se puede considerar generalizada” (Citado por Legardenier & Bouamama, 2006, p. 22 ).
Los datos de la ENDS no avalan esa falta de rasgos distintivos. Como se vió, en uno de los países con la mayor proporción de clientes del mundo, más de una decena de variables ayudan a distinguirlos, y de manera estadísticamente significativa, de quienes no lo son. Al reducir la muestra a los hombres sin pareja permanente, el bulto de la demanda, se mantienen los signos y la significancia de las variables que los separan del resto. Lo mismo ocurre al tener como variable dependiente haber pagado por sexo alguna vez en la vida, una decisión más común. Incluso cuando se restringe la muestra al departamento de Guaviare en donde la mayoría de los hombres (57%) reportan haber sido clientes alguna vez, cuatro variables –edad cronológica y de inicio sexual, número de parejas en la vida y hogar con violencia doméstica- conservan su poder para distinguirlos de quienes no han pagado por sexo.
A pesar de que las disciplinas evolucionistas no han propuesto teorías específicas para la clientela de la prostitución, sí han formulado hipótesis que ayudan a explicar ciertas características de esa demanda. La primera sería la preferencia de los hombres por la variedad de parejas, que facilitaría una mayor frecuencia de relaciones sexuales, menos duraderas y comprometidas. Detrás de estas características estaría el llamado efecto Coolidge: la capacidad observada en los machos de varias especies para recuperarse más rapidamente entre dos cópulas sucesivas si es con una hembra distinta cada vez  (Wilson, 1982). La segunda, asociada al mismo efecto, la relativa facilidad con la que pueden tener sexo con personas distintas a su pareja habitual, incluso desconocidas, y la tercera sería la preferencia de los hombres por las mujeres jóvenes. En conjunto, estas anotaciones resumen la más pertinente: la prostitución hace parte, junto con el matrimonio, del ámbito de la vida familiar y las decisiones de pareja.
Para este planteamiento global, como se señaló, la ENDS ofrece evidencia sólida a favor. Los hombres colombianos que pagan por servicios sexuales difieren de manera crucial en su estado civil y otras variables del ámbito de las estrategias de pareja como la edad de inicio, o el número de compañeras sexuales a lo largo de la vida. 
La ENDS también permite contrastar hipótesis más específicas. Una aclaración que conviene hacer para Colombia es que, a partir de cierta edad, la frecuencia de relaciones sexuales de las mujeres disminuye, tanto para las que viven con una pareja estable como, de manera más marcada, para aquellas que no.
Gráfica 13

Las personas casadas o en unión libre menores de 35 años, muestran una inactividad sexual promedio que, siendo levemente inferior para los hombres, es del orden de diez días. A partir de allí, el período de abstinencia reportado por las mujeres sube drásticamente para llegar a más de dos meses a partir de los cincuenta años. Para los hombres emparejados la continencia también aumenta pero mucho menos que la de las mujeres. Así, en la cohorte de personas entre 45 y 49 años con pareja estable se observa, entre ellas y ellos, una diferencia de cincuenta días en el lapso sin actividad sexual. Para las personas de esa misma edad solteras, separadas o viudas, la brecha alcanza a superar los tres años. Así, para los hombres colombianos mayores, sobre todo si no tienen pareja estable, hay un incentivo para acudir al mercado del sexo pago: las posibilidades de tenerlo sin pagar parecen bien precarias.
Sorprende que este quiebre en la frecuencia de relaciones sexuales no se vea acompañado de un incremento en la infidelidad reportada por los hombres casados o unidos a partir de esas edades críticas. Lo que ocurre es que, por un lado, ellos vienen con un mayor historial de infidelidad, que ayuda a explicar su menor abstinencia sexual en todas las edades. Por otro lado, ese cambio en la sexualidad femenina puede estar implicando un aumento en las separaciones, después de las cuales ellos, más que ellas, emprenden una nueva vida de pareja.
De todas maneras, es claro que una estrategia masculina para mantener la abstinencia sexual en niveles bajos es aumentando el número de parejas, tal como plantean las disciplinas evolucionistas. Tanto los clientes de la prostitución como quienes no lo son logran reducir de 20 a 10 días sus períodos de abstinencia con cuatro o cinco parejas al año en lugar de una sola. En los casados o unidos la magnitud de la reducción es menor (de 7 a 4-5 días) pero también la logran aumentando el número de parejas.

Gráfica 14

Aunque en la ENDS no se indagaba por relaciones sexuales con personas desconocidas, la marcada diferencia entre mujeres y hombres sobre la última relación sexual con una amistad “casual” (13% de ellas contra 40% de ellos) tiende a corroborar para Colombia una observación  recurrente en la literatura de la psicología evolucionista: los hombres se muestran más dispuestos que las mujeres a tener sexo con alguien que no conocen (Clark & Hatfield, 1989). Esta diferente actitud hacia las relaciones íntimas con gente extraña, inherente a la prostitución, ayudaría a explicar por qué, según la misma ENDS, mientras  0.04% de las mujeres anotan que su último compañero de cama antes de la encuesta fue un “trabajador sexual”, para los hombres el respectivo porcentaje es del 1%, o sea  una relación de 26 a 1.
Gráfica 15

Una revisión de la literatura anglosajona sobre los clientes sugiere que los hombres contratan servicios sexuales por las más diversas razones, como el gusto por ciertas prácticas específicas, por deficiencias en la relación con la pareja, por buscar algo diferente al flirteo tradicional o por la emoción de participar en algo clandestino. Algunos estudios aluden a que para algunos clientes también son importantes los aspectos sociales y emocionales del sexo pago (Huschke & Schubotz, 2016).
Sorprendentemente, en esos trabajos no se hace ninguna referencia a la edad o estado civil de los usuarios que, como muestran con claridad los datos de la ENDS, son las dos variables críticas para explicar la decisión de algunos colombianos de acudir al mercado del sexo.
Hace más de medio siglo, la antropóloga Virginia Gutiérrez hizo anotaciones aún pertinentes sobre el mercado del sexo en Colombia. “Son también clientes de la prostitución elementos seniles que buscan en este servicio un retorno a su seguridad sexual en la época de decadencia física. Se cree que el comercio sexual es un estímulo de renovación biológica en estas edades”  (Gutiérrez,1968, 2000, p. 432). Con respecto a los colombianos que deciden no casarse, la aguda observadora señaló que “la sociedad santandereana ofrece dentro de las clases altas la presencia de hombres solteros sobre cuarenta años, muy solventes y de activa vida social. Al estudiar sus vidas íntimas siempre se halla que están atados a una familia ilegítima… No es que este hombre se sienta obligado a permanecer célibe, pues su honradez y moral humanas son tan hondas, que se inhibe para contraer legalmente con otra y marginar su hogar de procreación inicial… Hallé que en estos hogares mujer e hijos eran seres casi extraños a aquél. Convivía con ellos, pero no los integraba como esposa o descendientes ni lo identificaban como esposo y padre” (Gutiérrez,1968, 2000, p. 432). Es precisamente en Santander donde todavía se concentran esos solteros mayores de 40 años, que en ese departamento representan el 10% de los hombres, contra un 6% a nivel nacional. Si en el país los usuarios de la prostitución son uno de cada veinte varones, entre este grupo peculiar la proporción es cinco veces superior, uno de cada cuatro.
Existen unos pocos trabajos de economistas que consideran que la demanda por sexo pago es un componente adicional del mercado matrimonial, que hace prte de de las decisiones, de hombres y mujeres, sobre cómo, con quien, y en qué condiciones elegir una pareja  (Edlund & Korn 2002). También señalan la inclinación a buscar más de una pareja  como uno de los determinantes de la demanda por servicios sexuales. “Puede haber algunos que valoren la promiscuidad y el gusto por la variedad” (p. 186). Para estos trabajos, la característica económica más notoria de este mercado es la alta remuneración recibida por las prostitutas para su nivel educativo  (p. 182), una observación que avalan múltiples testimonios.
En el estrato bajo del oficio en Bogotá es recurrente la idea de que los ingresos que se obtienen ejerciendo la prostitución son bien superiores a los de cualquier alternativa disponible. “Es el trabajo más lucrativo que conozco. Sin estudio. solo hay oportunidades para lavar pisos o de sirvienta, y mal pago” (Espitia, 2018).  En el segmento más alto también hay conciencia de que se gana más que en los otros empleos disponibles. “Yo estudio ingeniería química… en cuanto a la parte económica gana uno super bien (unos mil dólares ) a la semana … es difícil salir de ese mundo porque obviamente se gana mucho dinero”. Estas sumas las  avala el dueño del establecimiento hablando de un cliente: “es un separado y tiene una hija. Desde hace cinco años ha pagado semanalmente (entre 200 y 350 dólares) por estar con Sofía” (SoHo 2017).
El otro punto en el que hacen énfasis las mujeres bogotanas, ajeno a gran parte de la literatura, es la flexibilidad de los horarios del oficio, que permite atender a la familia. “Me va bien. Realizando otras  labores no viviría con las  comodidades que vivo. Tengo tiempo para cuidar a mi abuela y mi hija” (Espitia, 2018).
Como se señaló atrás, la información de la ENDS sobre los clientes, el número de servicios al año y el precio promedio que pagan en distintos estratos [17], permite calcular el tamaño del negocio. Para Bogotá, con esa información y el porcentaje de clientes de esa ciudad en la ENDS se puede calcular en unos 70 millones de dólares anuales el volumen del mercado del sexo.  Con un estimativo entre 6 y 12 mil para el número total de prostitutas en la capital [18] se llegaría a unos ingresos mensuales para cada una entre un poco más de 500 y 1000 dólares al mes, o sea de dos a cuatro veces el salario mínimo colombiano. De esta manera parece corroborarse la información de un ingreso superior al que se podría obtener en oficios con escasa calificación laboral.
Al preguntarse por qué se regula la actividad sexual, el juez Richard Posner anota que “la prostitución puede ser tanto un sustituto como un complemento de las relaciones conyugales” (1992, p. 158). Edlund y Korn (2002) plantean que el excedente de ingresos en el mercado del sexo dada la calificación laboral se podría explicar por los beneficios que las prostitutas dejan de percibir al renunciar a las posibilidad del matrimonio. Esta observación es pertinente para el mercado del sexo colombiano con dos precisiones. La primera es que aunque, en efecto, el matrimonio parece incompatible con la oferta de servicios sexuales, la inmensa mayoría de las prostitutas colombianas son madres cabeza de familia. La segunda es que la “renuncia” al matrimonio, más que un simple cálculo de costos y beneficios económicos, podría ser también un rechazo emotivo, visceral, hacia esa institución, por ejemplo por la decepción de haber vivido durante la infancia y juventud sus múltiples problemas. Los testimonios al respecto son reiterativos (Cortés, 2012 y Espitia, 2018).
Sobre los clientes de la prostitución, es común la opinión de que son manipulables: “se creen todo lo que uno les dice, se dejan engañar. Si les coges el truquito los manejas con un dedo” (Cortés, 2012 , p. 44). Abundan los testimonios de mujeres inducidas a la prostitución por amigas, que sabían en lo que se metían, que no fueron engañadas y mucho menos forzadas. En niveles bajos del oficio en Bogotá, ante la pregunta de si se sentían con algún tipo de poder frente a sus clientes, se recogieron impresiones como “tengo poder con los convencidos por el amor…  Los hombres mayores son especiales, se complacen y se dejan  manejar, entregan el dinero muy fácil” (Espitia, 2018).
En alguna medida, los datos de la ENDS corroboran estos testimonios. Por una parte por el perfil de los clientes: la mayor parte de los demandantes colombianos tienen carencias sexuales y tal vez afectivas que hacen verosímiles los testimonios sobre la posibilidad de que puedan ser manipulados para obtener de ellos el máximo provecho posible.
Por otro lado, la idea del rechazo al matrimonio como un motor del mercado del sexo, postulada por la teoría económica, y explíctamente manifestada por una fracción, al parecer importante, de las prostitutas [19] parecería tener un equivalente entre los clientes: por la alta proporción de separados y divorciados – o sea incómodos con la relación matrimonial- y, por otro lado, porque el recuerdo de haber presenciado violencia en el hogar es un factor que aumenta los chances de buscar relaciones más pasajeras que el vínculo matrimonial.

Características de la prostitución colombiana no cubiertas por la ENDS

Un sesgo de la encuesta

Un gran desacierto de la ENDS es no haberle hecho a las mujeres una pregunta equivalente a la de los hombres sobre su participación voluntaria en el mercado del sexo. A ellas sólo se les preguntó si habían sido forzadas a intercambiar sexo por dinero. Este lamentable silencio impide conocer la magnitud del mercado por el lado de la oferta, indispensable para diagnosticar aspectos críticos, como la incidencia de Infecciones de Transmisión Sexual (ITS), o la violencia contra quienes ofrecen servicios sexuales o evaluar cualquier eventual intervención.  Peor aún, este elemento sexista de la encuesta impide indagar sobre uno de los aspectos más críticos del mercado del sexo colombiano: la magnitud y la dinámica de la prostitución adolescente indudablemente impulsada por el narcotráfico.  Es difícil imaginar las ventajas de invisibilizar a una población de mujeres que existen, que serán marginadas, estigmatizadas, que correránn riesgos, pero que con frecuencia se inician en la prostitución de manera voluntaria. En lugar de insistir dogmáticamente que no puede aceptarse que eso sea una decisión, valdría la pena, para prevenirla, conocer las circusntancias en las que se toma y saber qué diferencia a las jóvenes que ingresan al oficio de aquellas que no lo hacen.



Demanda especial: corruptos, criminales y mafiosos


Otro aspecto sobre el cual es imposible hacer un diagnóstico a partir de la ENDS, y difícil de enmendar, son las relaciones de la prostitución con ciertos clientes peculiares, cuya importancia destacan múltiples testimonios: los delincuentes en general y los corruptos, mafiosos y grandes criminales en particular. En la historia reciente del conflicto armado colombiano ha sido lamentablemente silenciado el impacto del narcotráfico y otros grupos armados ilegales sobre la prostitución, sobre todo la juvenil. Algunos ejercicios preliminares con datos de la ENDS, muestran, como se señaló, que la presencia paramilitar en un departamento a principios de la década tuvo un impacto, considerable y estadísticamente significativo, sobre los chances de que un habitante del sector rural de ese departamento pague por servicios sexuales. Es fácil conjeturar que un efecto equivalente se dio por el lado de la oferta de servicios sexuales.
Otro aspecto que ha sido silenciado en Colombia es el de la prostitución como eficaz mecanismo de corrupción. Una escort de lujo anota que “me llamó la atención que mi jefa conocía a casi todos los ilustres personajes que se acercaban… Cuando nos hablaba de ellos no escatimaba detalles sobre sus trayectorias políticas, en los medios, en el mundo empresarial y en las entidades oficiales… Iba a presentarnos a la ‘gente más importante de este país’. Incluso nos relacionaría con el ‘mismísimo Presidente” (Giraldo, 2014, p. 140). Otra joven prepago recuerda que “yo estuve con los Rodríguez Orejuela en muchas Ferias de Cali donde me presentaban a los alcaldes y gobernadores, senadores, diputados del Valle del Cauca, industriales etc..” (Serrano, 2007, p. 33)

Clientela poderosa atraída por las menores de edad

A falta de información sistemática y rigurosa, la complejidad del reclutamiento de menores para la prostitución se debe ilustrar con testimonios. Parece evidente que existen escenarios en los que se recurre a engaños, tal vez amenazas, que dan lugar a situaciones claramente tipificadas como delitos. Recientemente se descubrió cerca de Cartagena una tenebrosa “cacería” de menores de edad a quienes grupos de hombres, algunos extranjeros, pagaban para poder perseguirlas durante la noche en una finca y luego violarlas en grupo.
La deplorable práctica de hostigar jóvenes como presas de caza permite destacar que en el mercado del sexo, cuando no está regulado, una parte de la clientela muestra una preferencia definitiva por las mujeres adolescentes, incluso niñas. Las historias de los mafiosos más poderorsos abundan en testimonios al respecto. “Los traquetos tenían la costumbre de regalarse mujeres entre ellos mismos; incluso los regalos más costosos eran niñas vírgenes que sus compinches conseguían en las comunas de Medellín” (Giraldo, 2014, p. 78). Una prepago de lujo confirma que esa inclinación no es exclusiva de los narcotraficantes: “tal vez mi figura de adolescente era lo que más les llamaba la atención a esos viejos… Yo sentía que todos –en especial, los hombres mayores- me veían como a una niña recién salida del colegio” (p. 37). Kukis, de una agencia intermediaria, “buscaba jovencitas lindas que reclutaba en las comunas”. Su clientela no se limitaba al bajo mundo, también trabajaba con “periodistas y políticos que necesitan niñas paisas para un fin de semana” (pp. 62 y 64). Sobre esa preferencia por las menores es reveladora la campaña publicitaria de un burdel andaluz con la promoción “vuelta al cole” y la foto de una prostituta disfrazada anunciando en un tablero una “fiesta de colegialas” (Valdés, 2017).
No todos los escenarios de reclutamiento son tan escabrosos como el de la cacería. A veces el gancho está en redes sociales con ofertas de trabajo que, aunque engañosas, terminan siendo atractivas para las jóvenes. La insistencia de una madre para encontrar a su hija colegiala, quien desapareció de su casa diciendo que estaba trabajando en un vivero fuera de Bogotá, permitió desarticular una red que contrataba menores para un burdel en las cercanías de Melgar (Medina, 2017). 
Las pesquisas de un concejal de Bucaramanga le permitieron identficar una trama para “poner en cada colegio de la ciudad a una adolescente, que generalmente cursa grados entre 10 y 11, para que se dedique a reclutar a otras menores que quieran ganar plata por tener relaciones con hombres mayores” (Barragán, 2017).  Un profesor universitario utilizaba a su compañera sexual adolescente para que le consiguiera compañeras de colegio a quienes les pagaba por sus servicios, como hacía con la joven proxeneta (Carvajalino, 2018).

Sugerencias para regular el mercado

Prevenir la prostitución adolescente

Dejando de lado las siempre complejas intervenciones tradicionales (sanitarias, de zonificación, de seguridad) la regulación de la prostitución en Colombia enfrenta como gran dificultad un diagnóstico tan sesgado y politizado que opacó que se trata de una parte del mercado sexual, de parejas, y no de un atentado político a la igualdad. El debate se polarizó en dos extremos, el abolicionismo, que pretende erradicar el comercio sexual y el “laissez–faire”, que lo considera una parte adicional, como cualquier otra, del mercado laboral. Ambas posiciones dejaron de lado el tema crucial de la prostitución adolescente, que es tal vez la principal razón para intervenir la actividad en Colombia, buscando prevenir su ejercicio precoz.  
Además de estar por fuera de la ley, una justificación para desincentivar la vinculación de menores de edad al mercado del sexo es que las colombianas que ejercen el oficio, madres en su mayoría, manifiestan de forma casi unánime no querer que sus hijas se dediquen a esa actividad. “¿Qué tal ? ¡Jamás ! ¿Qué madre va a querer que su hija se prostituya?” (Espitia, 2018).  Carmen Cortés, socióloga que entrevistó prostitutas colombianas en España, anota que “todas coinciden en que si sus hijas algún día descubrieran a lo que se dedican o han tenido que dedicarse para sacarlas adelante, se morirían de vergüenza, y que si quisieran seguir su ejemplo, lo dejarían, y jamás les permitirían entrar en un mundo tan doloroso” S24 (2013).
Vale la pena destacar que los detalles del incidente de la cacería de jóvenes cerca de Cartagena se supieron gracias a las revelaciones de una prostituta a quien uno de sus clientes le pidió que lo acompañara a presenciarlo (Semana, 2018). La observación que las prostitutas adultas son un aliado insustituíble en el combate contra el tráfico de mujeres y menores de edad es frecuente entre las trabajadoras sexuales activistas europeas, que también señalan que uno de los costos de ilegalizar la actividad es no poder contar con esta colaboración.
La oposición a que las hijas sigan en el oficio viene de quienes encuentran que la remuneración es satisfactoria para su nivel educativo.  Se puede establecer un paralelo con los resultados obtenidos con la ENDS para los clientes: si aumentar el nivel educativo desincentiva la mercantilización del sexo por el lado de la demanda, cabe esperar un efecto similar por el lado de la oferta. En ese punto coinciden prácticamente la totalidad de los testimonios de las prostitutas colombianas: solo con educación se previene la vinculación al mercado sexual. Se puede anotar que penalizar a los clientes colombianos, como se hace en países desarrollados con cubrimiento educativo universal, bajas tasas de deserción escolar y poca demanda por servicios sexuales, lanzando a la clandestinidad a un grupo importante de mujeres cabeza de hogar, unas cien mil,  cuya obsesión es educar a sus hijas con lo obtenido en el oficio, sería no sólo una intervención con enorme costo social, sino una manera torpe de sabotear la prevención de la prostitución en la próxima generación de mujeres.

Impuestos y aportes a la seguridad social

Tanto el tamaño del negocio como el monto de los ingresos revelados en algunos testimonios sugieren que la regulación debería empezar por formalizar la actividad, tributar y contribuír a la seguridad social, tanto para los empleadores como para las mujeres que trabajan como “cuenta propias”.            
Cobrar impuestos no requiere mayor argumentación: es el precio de la legalidad, y una razón adicional para no buscar que, a través de la penalización de los clientes, la actividad se vuelva clandestina.  Otra ventaja de la tributación es la de regular el mercado empezando por los estratos superiores, casi siempre libres de la acción estatal.
En la sentencia (T-629/10) la Corte Constitucional (CC) defendió los derechos de la señora Lais, una prostituta, al revisar una tutela contra el bar donde trabajaba. Llama la atención lo que motivó la tutela: un embarazo. Lais quedó esperando, no abortó, le informó de su estado al empleador, este le dijo que siguiera laborando como de costumbre, pero ella le anotó que por ser mellizos era un caso de alto riesgo. La pusieron entonces a administrar el bar. Después, otro empleado asumió las funciones de Lais, le cambiaron el horario, y un buen día la devolvieron para su casa. Se trataba de una futura madre no primeriza. En su fallo, la CC le concedió a Lais el amparo de los derechos fundamentales a la igualdad de trato ante la ley, al trabajo, la seguridad social y la protección de la mujer en estado de embarazo.
En el año 2011, con un tamaño del negocio cercano al doble del  colombiano, las autoridades holandesas se volvieron estrictas buscando que las prostitutas, hasta entonces tratadas con cierta benevolencia por su situación de víctimas, empezaran a pagar el 33% de los ingresos que en principio les corresponde tributar (Holligan, 2011).
También en Holanda, destacando una de las características del oficio –trabajo desgastante durante unos pocos años- , las prostitutas solicitaron que se les permita cotizar para su pensión con un régimen similar al que tienen los futbolistas en ese país: ahorrando sumas superiores en los años más activos, durante su juventud (Ellyatt, 2013).  

Combatir la discriminación y el clasismo

Otro problema del debate actual sobre prostitución es que se centra en el segmento “popular–callejero”, el visible e incómodo para algunas personas, e ignora el “estrato alto” del oficio, bastante opaco, cuando es esa la fracción que atrae mujeres jóvenes y lidera la dinámica del mercado. “Cuando yo era niña decía ‘Ay, ¿cuando me veré mezclada con traquetos?’ Porque ese era el caché, tener amistades mafiosas”, anota Vanesa (Cortés, 2012, p. 59).
“Cuando no se tiene conocimiento de  cómo se ejerce el trabajo sexual, sacan excusas porque no saben cómo regularlo” (Rivera y García, 2018), anota Fidelia Suárez, líder del  Sindicato de Trabajadoras Sexuales de Colombia a raíz del conflicto entre los habitantes del barrio La Capuchina en Bogotá y los hoteles por horas o moteles en los que se concretan los intercambios sexuales con las mujeres que se ofrecen en la calle, a la vista de los transeúntes.  Las  apresuradas “intervenciones” a la prostitución callejera normalmente vienen acompañadas de abusos policiales.  
En el 2016 hubo varios incidentes violentos de la policía al detener a algunas mujeres por ofrecer servicios sexuales en una plaza de San Victorino en Bogotá (EE, 2016 y 2016a). Cuesta imaginar semejante operativo –con bofetada de una mujer policía a una de las detenidas- en otros escenarios del sexo pago. Nunca se oye de redadas contra prepagos universitarias que ofecen GFE (girl friend experience) y desde el campus concretan citas por redes sociales o celular. Allí sonaría destemplado el comentario policial tras los abusos: “¿por qué no educan a esas putas?" (EE, 2016).
El clasismo permea hasta el lenguaje impuesto por el activismo. El giro considerado correcto, “mujer que ejerce la prostitución”, acuñado para evitar términos degradantes que conlleven la idea de un oficio permanente, no tiene equivalentes como “dama que practica el escortismo” o “universitaria en situación de prepagada”, a pesar de que su dedicación es más ocasional, y por períodos más cortos (Rubio, 2013).
También en 2016, las autoridades capitalinas requisaron residencias en la localidad de Santafé. Recordaron la prohibición de “prestar el sevicio por ratos”: fuera de la zona de tolerancia no puede haber prostitución (Hernández, 2016). Esta restricción también atañe únicamente al estrato precario y visible de la actividad, el de la calle. Cuando el sexo se ofrece con negocios de fachada -como saunas, spas o salas de masaje-, servicio a domicilio, hoteles cinco estrellas para extranjeros, se esfuman los controles. A veces hasta se revierten. En Cartagena, un agente de la policía acompañó a Dania Londoño para cobrarle sus servicios a un escolta del presidente Barack Obama que se negaba a pagarle; al convertirse en figura mediática, ella aclaró el abismo existente entre una prostituta y una prepago, que “puedes sacar a cenar, que se viste bien, que habla y actúa como una señora”  (Arbeláez, 2012).
Además de acciones judiciales por intromisión en la vida íntima de algún poderoso, inspecciones sorpresivas de la policía en lugares sofisticados también dejarían pruebas irrefutables de comercio sexual fuera de la zona de tolerancia.
Las mujeres que se ofrecen en la vía pública, y sus clientes, son la parcela pobre, arrinconada y declinante del mercado del sexo, ignorada hasta por “catadores” que, informando a la clientela de estrato alto, prueban “prostis” en burdeles o prepagos independientes “que citas por teléfono y ves por Twitter o páginas web y te encuentras con ellas en un motel o residencia” (Guerrero, 2015). “Recuerdo uno que me hizo una reseña divina, súper buena gente”, anota satisfecha una joven evaluada por un catador. El amplio territorio de estos especialistas en “degustar mujeres alquiladas” sobrepasa con creces la zona roja de la ciudad que con tanto esmero vigilan las autoridades municipales.
Nathalia Guerrero, reportera, anota que si se dedicara a la prostitución, Twitter sería “la principal herramienta para vender mi producto… Con poca censura, reduce el contacto con el cliente hasta el momento del encuentro, y aumenta la eficiencia, la clientela y la discreción que encontraría en una esquina, parada con una falda diminuta durante toda la noche” (Guerrero, 2015). Le faltó agregar que se ahorraría problemas con las autoridades, a quienes sólo acudiría para una emergencia con algún matón o cuando no le paguen lo acordado, como Dania Londoño.
Resultaría bastante ingenuo pretender que este tipo de reportajes no tienen ningún efecto sobre la clientela, ni sobre la oferta de servicios sexuales por parte de menores. Para el objetivo de prevenir la prostitución adolescente, debería ser el estrato alto, elegante, glamuroso y rentable del mercado el más sometido a supervisión, vigilancia, control y cobro de impuestos. Algo similar puede decirse del periodismo de “denuncia”, local o extranjero, cuyos reportajes con entrevistas a menores de edad muestran la total impunidad con que se puede tener acceso sexual a ellas en Colombia; parecen más spots publicitarios del mercado, que incentivan tanto la oferta como la demanda, que esfuerzos por combatir intercambios abiertamente ilegales.
Quienes abogan por la abolición, la prohibición o la criminalización de los clientes no hablan de prepagos y escorts, ni en Colombia, ni en Europa, ni siquiera en Suecia, donde también las hay (Dyer, 2016). Los segmentos sofisticados, pudientes y dinámicos de la prostitución incomodan porque desafían el dogma de una actividad siempre forzada. Como señala con tino Fidelia Suárez, para regular la prostitución es indispensable tener un diagnóstico idóneo. Sin lugar a dudas el elemento más contraevidente del discurso contemporáneo es que se trata de un fenómeno dirigido por mafias de traficantes. Si esa fuera realmente la situación, prevenir la prostitución adolescente sería una intervención simple, al menos en teoría: perseguir criminalmente esas organizaciones. Lamentablemente, el escenario no es tan sencillo, y las medidas basadas en una radiografía deficiente serán siempre ineficaces, incluso contraproducentes.


Superar un discurso inconducente


La retórica de la prostitución siempre forzada no contribuye a prevenir la vinculación precoz al oficio, ni por el lado de los clientes, ni por el de las menores de edad que aceptan y encuentran atractivo que les paguen por tener sexo: bastará que constaten que fue un acuerdo voluntario, consensual, para que ambos incumplan la ley sin dificultad. Una prepago adolescente cuenta cómo en la primera agencia que trabajó la calmaron diciéndole “tú no le haces nada malo a nadie… cuando recibas el primer pago te sentirás más tranquila”. Efectivamente, al atender a uno de sus primeros clientes, un anciano, “se me vino a la mente que era como mi novio, pero no me hacía hacerle o pedirle ciertas cosas” (Ale, 2009, pp. 17 y 29). Sin traficantes de por medio el intercambio funciona fluidamente.
Se sabe que categorías como “tráfico de personas” o “esclavitud sexual” están plagadas de imprecisiones conceptuales y abundan en cifras infladas, poco basadas en datos reales (Vanwesenbeeck, 2017). A pesar de eso, las autoridades colombianas siguen desperdiciando recursos y esfuerzos, persiguiendo unas mafias vaporosas en lugar de centrarse en prevenir la influencia perversa de familias o amistades que inducen a las adolescentes a que se ganen un dinero fácil al abandonar sus estudios.
Incluso entidades serias y tradicionalmente interesadas en la evidencia rigurosa y sistemática, como las responsables de la ENDS, han sucumbido a dogmas y prejuicios para adoptar una política de  avestruz: renunciaron, por consideraciones ideológicas, a indagar sobre los factores que llevan a las jóvenes colombianas a la prostitución desde edades cada vez más tempranas –así lo sugiere la ENDS [20]- como demandan clientes muy poderosos que, si alguna vez los criminalizan por comprar servicios sexuales, no tendrán mayor inconveniente en sumar esa infracción a sus abultados prontuarios.  

 

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[1] Ver un análisis de los resultados en Rubio (2010)
[2] La comparación entre estas dos fuentes debe hacerse con cautela pues las dos encuestas se hicieron con metodologías distintas. La de Durex fue por Internet de tal manera que garantizaba el anonimato pero no que la muestra fuera aleatoria ni representativa, propiedades que sí tiene la ENDS, que se hizo cara a cara. Se puede pensar que en la primera están sobre representados los clientes de la prostitución mientras que en la segunda es posible que haya habido sub registro de esa conducta por incomodidad con la persona que hacía la encuesta. Lo anterior apuntaría a que el liderazgo de Colombia podría ser más marcado.
[3] Según Marlen Espitia Angel, asesora de la Alcaldía y experta en el tema, los precios serían de $20 mil pesos en el nivel más pobre, ascendiendo de allí a $50, $100, $150 y $200 mil en los superiores .Datos suministrados en Marzo de 2018
[4] Desde 36% en el más bajo, 37%, 15%, 8% y 5% en los demás, ver la estratificación de los clientes en una sección posterior de este trabajo
[5] Con base en una de las preguntas de la ENDS, la abstinencia sexual promedio de los clientes, se puede calcular en 21 el número de servicios pagados el último año.
[6] Con una población masculina, entre 13 y 59 años, de 15.7 millones según el DANE, y una tasa de cambio de $ 2.802 pesos por dólar en Abril 3 de 2018. https://geoportal.dane.gov.co/midaneapp/pob.html, http://www.xe.com/es/currencyconverter/convert/?Amount=1&From=USD&To=COP
[7] La frecuencia sexual se calcula a partir de la pregunta sobre el tiempo transcurrido entre la última vez que tuvo relaciones y el momento de la encuesta.
[8] Esta conjetura requiere un análisis más detallado del mercado de parejas entre personas separadas, divorciadas o viudas que se sale del alcance de este trabajo. Lo que también podrían estar mostrando los datos es una segmentación entre quienes duran muy poco tiempo sin una pareja estable y aquellos que tienen más dificultades para conseguirla.
[9] Se pregunta si está de acuerdo o en desacuerdo con las siguientes afirmaciones: 1) El papel más importante de las mujeres es cuidar su casa y cocinar para su familia  2) Cambiar pañales, bañar a los(as) niños(as) y alimentarlos es responsabilidad de las mujeres 3) Son las mujeres quienes deben tomar las precauciones para no embarazarse  4) Cuando se tienen que tomar las decisiones en la casa, los hombres tienen la última palabra 5) Sería un atrevimiento que la mujer pida usar condón 6) Los hombres son la cabeza del hogar 7) Los hombres necesitan de una mujer en la casa 8) La mujer se debe casar virgen 9) La mujer es libre de decidir si quiere trabajar 10) Una buena esposa obedece a su esposo siempre 11) Una mujer puede escoger sus amistades aunque a su pareja no le guste 11) Es normal que los hombres no dejen salir sola a su pareja
[10] 1) Algunas veces se justifica golpear a las mujeres 2) Una mujer debe aguantar la violencia del marido para mantener su familia unida 3) Los hombres de verdad son capaces de controlar a sus parejas 4) A veces está bien que los hombres golpeen a sus parejas 5) Se justifica pegarle a la pareja cuando ha sido infiel 6) Las mujeres que siguen con sus parejas después de ser golpeadas es porque les gusta
[11] Para eso, se estimó el primer componente principal de estas variables, que luego se normalizó para que variara entre 0 y 1.
[12] Para no distorsionar el efecto de esta variable con la edad, que acaba siendo factor determinante en el número de parejas que se han tenido en la vida, se dividió ese total por el número de años de actividad sexual (la edad de quien responde menos la edad a la que tuvo su primera relación sexual).
[13] Ordenada por nivel de significancia estadística, columna derecha, estadística z, en  la Tabla 1. El cambio en los chances de pagar por servicios sexuales es igual, en término porcentuales, al valor del coeficiente, restándole 1, para los factores que los aumentan. Para los que tienen efecto negativo la caída es igual, también porcentualmente, a 1 más el coeficiente.  
[14] Un ejemplo sería el de Cádiz en el siglo XVIII cuando desplazó a Sevilla como gran centro comercial. (García, 2002, p. 11)
[15] Para cada departamento en el que hubo presencia paramilitar se considera la proporción de municipios afectados. Datos tomados de González (2012)
[16] Para Grecia (Bullough  & Bullough, 1987), Roma (Evans, 1979), Nueva York en el siglo XIX ” (Walkowitz, 2000, p. 392), China Imperial (Rubio, 2010)
[17] Ver sección inicial sobre magnitud del negocio
[18] Según Patricia Mugno, funcionaria de la Alcaldía de Bogotá encargada de estos temas.
[19] De 16 mujeres entrevistadas en Bogotá por Marlen Espietta en Marzo y Abril de 2018, solo una de ellas manifestó no rechazar la institución matrimonial.
[20] Variables que afectan la demanda por servicios sexuales, como la iniciación sexual precoz, la alta rotación de parejas o la infidelidad, se presentan cada vez más temprano entre hombres y mujeres.