La sexualidad del buen salvaje

Publicado en El Espectador, Julio 28 de 2016


Un desacierto de la izquierda es la candorosa visión de las comunidades en su estado natural, sin leyes ni gobierno. 

Sobre tales escenarios hipotéticos, dos célebres columnistas ofrecieron planteamientos contrapuestos. Héctor Abad se arriesgó a la etiqueta de godo respaldando a Tomás Hobbes: sin un Estado que imponga la ley y el orden, habrá anarquía, “el abuso y el dominio de los más fuertes, de los violentos que portan armas ilegales”. Alfredo Molano abogó por un nuevo poder local: la vereda campesina, donde “hay hombres recios que saben mandar y arriar bestias; mujeres que han sido amadas y aman y ayudan a parir a las vecinas”. No es la primera vez que Molano, como J.J. Rousseau, pregona el retorno a la naturaleza, al buen salvaje, incontaminado en su habitat nativo.

En Colombia sobran razones para ser hobbesianos. Una amiga periodista, que trabajó como profesora cerca a Bogotá, investigó con sus alumnos cuál era, según distintas autoridades, el problema más grave de la zona. El párroco no dudó en señalar el incesto: al confesarse, algunos campesinos creían poder tener sexo con sus hijas. Eso lo ignoraban en el juzgado o la inspección de policía: la reacción es aguantar o huír, no denunciar. Según la Encuesta de Demografía y Salud, en las veredas de algunos departamentos, más de la mitad de las violaciones, hasta 2 de cada 3, fueron asunto familiar. Además del abuso sexual, el matrimonio arreglado de menores es común en el campo, y está casi legalizado en los resguardos indígenas. La visión rousseauniana idealiza uniones entre hombres rudos y campesinas sin educación, a veces niñas, que son la fórmula infalible para perpetuar la desigualdad de género y la pobreza. Una buena sinopsis del ambiente rural es la alta emigración femenina hacia las urbes, que poco interesó a la subcomisión de género en La Habana.

El idílico “estado de la naturaleza” ensalzado por la izquierda -Rousseau, Engels, Margaret Mead, Foucault, Mayo del 68, hippies, teoría queer etc..- es el amor libre, espontáneo, todos con todas, sin prohibiciones, jerarquías, rivalidades, celos o pretensiones de exclusividad, como una alegre y desprevenida manada de bonobos. Por desgracia, la especie humana se asemeja más a los chimpancés: el macho alfa acapara las hembras y los demás se quedan viendo un chispero. Gengis Khan y sus sanguinarios parientes, progenitores de una fracción detectable de la humanidad, con múltiples parejas y rivales aniquilados, son la versión extrema del equilibrio natural. Al anotar que el ser humano en su estado primitivo es “solitario, pobre, indecente, bruto, limitado”, Hobbes seguro se refería al hombre del montón, a nosotros los chichipatos: los poderosos se reservan muchas mujeres, que crían hijos de sementales.

Rebeldes, paracos, narcos o cualquiera de los señores de la guerra que asolaron el país, ejemplifican el rudo entorno primitivo: sin leyes, normas ni cultura capaces de restringir sus desvaríos, dieron rienda suelta a sus impulsos. El contexto originario de la comunidad sapiens no es la fraternidad que canta “Let it be” para aprobar un contrato social espontáneo e igualitario. Es más un territorio agreste y atemorizante, controlado por guerreros; un orden arbitrario impuesto por machos violentos que se apropian caprichosamente de lo que sea, incluyendo las mujeres. Antes de los comandantes raptando jovencitas en el conflicto, hubo hacendados con derecho de pernada y otras versiones pueblerinas de sultanes con harem, como los patrones esmeralderos que en las veredas escogían a su antojo muchachas para el “apecho”, ponerles primero el pecho encima; ayudaban a sus familias mientras las mantenían como esposas secundarias, con prole, para luego cederlas a sus pistoleros más leales.

Un soberano restringido a una sóla mujer, dejándole oportunidades reproductivas al hombre raso, fue un aporte de la tradición judeo-cristiana a la civilización de las costumbres. En Europa, este avance definitivo hacia la equidad precedió por varios siglos la “liberté, égalité, fraternité”, el laicismo, la división de poderes, el derecho a disentir y criticar, entre otros atributos de las democracias que poco veneran pero sí disfrutan los rousseaunianos quejumbrosos, y que no se dan silvestres. La gran ingenuidad e ingratitud de la izquierda occidental es desconocer que la domesticación del Leviatán se logró con leyes e instituciones defendidas por la fuerza pública, con la colaboración de predicadores tan agobiantes como los curas que ahora piden a los mujeriegos, creyentes o posmodernos, que se contenten con una pareja, que no acosen empleadas, compañeras, familiares, alumnas ni transeúntes; mejor dicho, que controlen sus instintos salvajes y su testosterona, un propósito que ni siquiera los clérigos adoctrinados para la castidad deben descuidar.





Abad Faciolince, Héctor (2016). "Haz lo que te dé la gana": El EspectadorJulio 2

Keeley, Lawrence H (1997). War before Civilization. The Myth of the Peaceful Savage. Oxford University Press

Molano Bravo, Alfredo (2016). "Reconocer la vereda". El EspectadorJulio 2


Rubio, Mauricio (2013). "Las 'auyamas' y el 'apecho' de los esmeralderos". El Malpensante, Septiembre, Nº 145

 __________ (2015).“Quinceañeras casadas y atraso rural”. El EspectadorAgosto 26


Swanson, Kerry (2005). “The Noble Savage Was a Drag Queen”. Sexualities and Politics in the Americas, Issue 2.2, Fall



Wrangham, Richard & Dale Peterson (1996). Demonic Males: Apes and the Origins of Human Violence. Boston, NY: Houghton Mifflin

Zerjal, Tatiana et. al. (2003). “The Genetic Legacy of the Mongols”. The American Journal of Human GeneticsVolume 72, Issue 3, p717–721, March