Publicado en El Espectador, Julio 28 de 2016
Abad Faciolince, Héctor (2016). "Haz lo que te dé la gana": El Espectador, Julio 2
Molano Bravo, Alfredo (2016). "Reconocer la vereda". El Espectador, Julio 2
Un desacierto de la izquierda es la
candorosa visión de las comunidades en su estado natural, sin leyes ni
gobierno.
Sobre tales escenarios hipotéticos, dos
célebres columnistas ofrecieron planteamientos contrapuestos. Héctor Abad se
arriesgó a la etiqueta de godo respaldando a Tomás Hobbes: sin un Estado que
imponga la ley y el orden, habrá anarquía, “el abuso y el dominio de los más
fuertes, de los violentos que portan armas ilegales”. Alfredo Molano abogó por
un nuevo poder local: la vereda campesina, donde “hay hombres recios que saben
mandar y arriar bestias; mujeres que han sido amadas y aman y ayudan a parir a
las vecinas”. No es la primera vez que Molano, como J.J. Rousseau, pregona el
retorno a la naturaleza, al buen salvaje, incontaminado en su habitat nativo.
En Colombia sobran razones para ser
hobbesianos. Una amiga periodista, que trabajó como profesora cerca a Bogotá, investigó
con sus alumnos cuál era, según distintas autoridades, el problema más grave de
la zona. El párroco no dudó en señalar el incesto: al confesarse, algunos
campesinos creían poder tener sexo con sus hijas. Eso lo ignoraban en el
juzgado o la inspección de policía: la reacción es aguantar o huír, no
denunciar. Según la Encuesta de Demografía y Salud, en las veredas de algunos
departamentos, más de la mitad de las violaciones, hasta 2 de cada 3, fueron
asunto familiar. Además del abuso sexual, el matrimonio arreglado de menores es
común en el campo, y está casi legalizado en los resguardos indígenas. La
visión rousseauniana idealiza uniones entre hombres rudos y campesinas sin
educación, a veces niñas, que son la fórmula infalible para perpetuar la
desigualdad de género y la pobreza. Una buena sinopsis del ambiente rural es la
alta emigración femenina hacia las urbes, que poco interesó a la subcomisión de
género en La Habana.
El idílico “estado de la naturaleza”
ensalzado por la izquierda -Rousseau, Engels, Margaret Mead, Foucault, Mayo del
68, hippies, teoría queer etc..- es el amor libre, espontáneo, todos con todas,
sin prohibiciones, jerarquías, rivalidades, celos o pretensiones de
exclusividad, como una alegre y desprevenida manada de bonobos. Por desgracia,
la especie humana se asemeja más a los chimpancés: el macho alfa acapara las
hembras y los demás se quedan viendo un chispero. Gengis Khan y sus
sanguinarios parientes, progenitores de una fracción detectable de la humanidad,
con múltiples parejas y rivales aniquilados, son la versión extrema del
equilibrio natural. Al anotar que el ser humano en su estado primitivo es
“solitario, pobre, indecente, bruto, limitado”, Hobbes seguro se refería al
hombre del montón, a nosotros los chichipatos: los poderosos se reservan muchas
mujeres, que crían hijos de sementales.
Rebeldes, paracos, narcos o cualquiera
de los señores de la guerra que asolaron el país, ejemplifican el rudo entorno
primitivo: sin leyes, normas ni cultura capaces de restringir sus desvaríos,
dieron rienda suelta a sus impulsos. El contexto originario de la comunidad
sapiens no es la fraternidad que canta “Let it be” para aprobar un contrato
social espontáneo e igualitario. Es más un territorio agreste y atemorizante,
controlado por guerreros; un orden arbitrario impuesto por machos violentos que
se apropian caprichosamente de lo que sea, incluyendo las mujeres. Antes de los
comandantes raptando jovencitas en el conflicto, hubo hacendados con derecho de
pernada y otras versiones pueblerinas de sultanes con harem, como los patrones
esmeralderos que en las veredas escogían a su antojo muchachas para el
“apecho”, ponerles primero el pecho encima; ayudaban a sus familias mientras
las mantenían como esposas secundarias, con prole, para luego cederlas a sus
pistoleros más leales.
Un soberano restringido a una sóla
mujer, dejándole oportunidades reproductivas al hombre raso, fue un aporte de
la tradición judeo-cristiana a la civilización de las costumbres. En Europa,
este avance definitivo hacia la equidad precedió por varios siglos la “liberté,
égalité, fraternité”, el laicismo, la división de poderes, el derecho a
disentir y criticar, entre otros atributos de las democracias que poco veneran
pero sí disfrutan los rousseaunianos quejumbrosos, y que no se dan silvestres.
La gran ingenuidad e ingratitud de la izquierda occidental es desconocer que la
domesticación del Leviatán se logró con leyes e instituciones defendidas por la
fuerza pública, con la colaboración de predicadores tan agobiantes como los
curas que ahora piden a los mujeriegos, creyentes o posmodernos, que se
contenten con una pareja, que no acosen empleadas, compañeras, familiares,
alumnas ni transeúntes; mejor dicho, que controlen sus instintos salvajes y su
testosterona, un propósito que ni siquiera los clérigos adoctrinados para la
castidad deben descuidar.
Abad Faciolince, Héctor (2016). "Haz lo que te dé la gana": El Espectador, Julio 2
Keeley, Lawrence H (1997). War before Civilization. The Myth of the Peaceful Savage. Oxford University Press
Molano Bravo, Alfredo (2016). "Reconocer la vereda". El Espectador, Julio 2
Rubio, Mauricio (2013). "Las 'auyamas' y el 'apecho' de los esmeralderos". El Malpensante, Septiembre, Nº 145
Swanson, Kerry (2005). “The Noble Savage Was a Drag Queen”. Sexualities and Politics in the Americas, Issue 2.2, Fall
Wrangham, Richard & Dale Peterson (1996). Demonic Males: Apes and the Origins of Human Violence. Boston, NY: Houghton Mifflin
Zerjal, Tatiana et. al. (2003). “The Genetic Legacy of the Mongols”. The American Journal of Human Genetics, Volume 72, Issue 3, p717–721, March