Fantasías queer

Publicado en El Espectador, Junio 2 de 2016

Homofobia e ignorancia se refuerzan, y la militancia ayuda. Con pasmosa incongruencia, el  activsimo LGBT alimenta antagonismos desde la familia, donde nace el gay.

Un homosexual entrevistado por Francisco Celis anota que siempre lo fue: “es algo biológico”. Para un militar, “uno nace marica, que se reprima es otra cosa”. Testimonios de gais por naturaleza son comunes, y existen hace más de un milenio, cuando el médico Qusta ibn Luqa habló de homosexualidad hereditaria. En el juicio en su contra, en 1317, el franciscano Arnaldo de Verniolle declaró que “su naturaleza lo había inclinado a cometer el pecado”.

El repudio a la homosexualidad depende de las creencias sobre su origen; empezó a ceder hace un siglo cuando gais alemanes insistieron que era innata y no podía ser pecado, ni crimen. El médico Magnus Hirschfeld mencionaba centros cerebrales que la definían. Con encuestas exhaustivas mostró a los homosexuales como eran. Los nazis, que quemaron sus libros, la consideraban enfermedad infecciosa; los comunistas, neurosis burguesa. Para los islamistas, la concupiscencia contra natura justifica la pena de muerte; ahí también radica el pecado para la Iglesia. En 1992 una encuesta mostró que los norteamericanos convencidos de que los gais nacen aceptaban mejor que enseñaran, o legalizaran sus uniones.

Para Simon LeVay, neurólogo gay, los homosexuales tienen “conocimiento privilegiado sobre su propia naturaleza”, y compartirlo con respaldo científico ha facilitado su asimilación. En “Biología de la Homosexualidad” el neuroendocrinólogo Jacques Balthazart expone lo que se sabe. Una síntesis la hizo aquí Klaus Ziegler. El lesbianismo se comprende menos: según un estudio con gemelas, 25% estaría genéticamente determinado, pero de manera más cambiante y sensible al entorno.

Sin lecturas especializadas, un indicio de homosexualidad innata es el fracaso de los esfuerzos para alterarla. Paradójicamente, la militancia LGBT endosa la visión que genera rechazo. La teoría queer postula que orientación e identidad sexuales no dependen de la biología. El activismo generalizó esta hipótesis propuesta para transexuales -el 0.2% de la población- a pesar de que fortalece prejuicios. Trans célebres cuentan en público que “escogimos nuestro género libremente”. Si la “norma heterosexual” se puede desafiar, también es factible que familias con hijo gay traten de encauzar o revertir tal decisión; sobre todo si les machacan que la homofobia es insoportable, mortífera, otra construcción militante basada en experiencias de transexuales.  

Neurología, genética, hormonas o cualquier evocación de predisposiciones innatas, tienen una connotación conservadora, fascista, que horroriza a mucha gente, incluso a un activismo doctrinario, casi reaccionario. Olvidan que gracias a la ciencia se superaron las supersticiones, y que la endocrinología ha sido crucial para las poquísimas personas con discrepancias entre sexo y género.

Lo aprendido y enmendable es la homofobia, tara cultural que empieza en las familias. Aceptar la homosexualidad puede ser tan sencillo como tenerla cerca. Sin embrollos religiosos o queer, parientes de personas LGBT entienden que así nacieron y no hay nada que hacer, ni reprocharles. Opinando sobre la “comunidad del anillo”, la madre de un policía anota: “una cosa es que genéticamente nazca homosexual y bueno eso es respetable, pero otra que por acoso terminen siendo maricas”.

Opacar la naturaleza gay confunde, enreda discusiones, polariza, y agudiza la homofobia. Insistir en baños “género neutrales” implica contrariar a todas las mujeres con ese indiscutible retroceso sanitario. La “guerra de los baños” en un colegio gringo se inició cuando AJ, que era mujer, quiso usar el de hombres. “Es como si yo entrara al de ellas con una peluca”, anota uno de los indignados que rechazan normas impuestas por una minoría entre minorías aclarando, con camisetas de “orgullo heterosexual”, que “todo el mundo tiene derecho a ser quien es”. Muchos europeos se oponen al matrimonio igualitario porque les irrita que en las escuelas se afirme que el sexo no importa, y que el género es una búsqueda personal. En Colombia también se enseña esa fábula, que en hogares creyentes debe afianzar la noción de pecado, y ayudaría a explicar la alta proporción (1 en 3) de jóvenes que aún ven la homosexualidad como enfermedad mental. La teoría de género no combate la ignorancia, la consolida.

Si la militancia siguiera a Hirschfeld, exigiendo respeto sin retorcer la realidad, disminuiría la oposición a sus demandas, revueltas con una doctrina estrambótica, contraria a la ciencia y al sentido común. Para profanos, el discurso queer produce desconfianza y crispación, aparte de la homofobia: es la respuesta a una facción sectaria que, orgullosamente transgresora, alcanza a ser condescendiente con la gente incapaz de emanciparse de su heterosexualidad “asignada”. La jurisprudencia no basta para la tolerancia, mucho menos imponiendo fantasías con displicencia. Para vencer prejuicios toca reconocer los propios, respetar la evidencia y ser congruente; mejor dicho, bajarse de la nube.







REFERENCIAS


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