Publicado en El Espectador, Agosto 25 de 2016
La burocracia internacional define
corrupción como “el abuso de los cargos públicos en beneficio privado”. Tal
simplificación está plagada de dificultades.
Hace más de una década, el Banco
Mundial renunció a una conceptualización del fenómeno que sirviera en distintos contextos. Años antes, para
construír el Índice de Percepción de la Corrupción (IPC), Transparencia
Internacional (TI) también delimitó el significado de corrupción
para universalizarlo. La definición, con la impronta de economistas, asimila el
fenómeno a una conducta de individuos torcidos, “manzanas podridas” del sector
público o privado. La explicación se reduce a un
problema de codicia individual. Sin embargo, la corrupción puede ser
institucional o sistémica y, para el grueso de las prácticas, es imposible
aislar a las personas deshonestas, que actúan en organizaciones o redes. Igualmente problemático es que los límites entre lo privado y lo
público no siempre son diáfanos.
El ranking del IPC lo lideran casi siempre los países escandinavos, con altísima transparencia. Hace unos
años, un antropólogo hindú, replicando lo que hacen sus colegas de países
desarrollados cuando estudian otras sociedades, quiso conocer los hábitos, costumbres y
comportamientos de los daneses mediante obervación directa. Para eso,
se instaló por varios meses en Hvilsager, un pueblo de
Dinamarca. En el informe reportó que los aldeanos “casi no se conocían.
Prácticamente nunca se visitaban y tenían muy poco contacto social. Contaban con
poca información sobre lo que hacían otros habitantes del pueblo, incluyendo sus vecinos, y
mostraban poco interés por saberlo. Incluso las relaciones entre padres e hijos
eran distantes. En cuanto se hacían adultos se iban de la casa y, después de
eso, visitaban el hogar de manera ocasional. Sólo llamaban por teléfono”. El peculiar etnógrafo hacía una comparación con el
típico pueblo de tamaño similar en la India: allí todo el mundo se interesa por los
demás, los contactos familiares son numerosos y frecuentes, y hasta parientes
lejanos se apoyan mutuamente; relaciones de vecindario o trabajo también son cercanas y afectuosas.
Es fácil imaginar las interacciones de los ciudadanos con el gobierno en
estos dos pueblos tan disímiles. En el primero, con un tipo de familia peculiar, nuclear, y una tradición opuesta al nepotismo y
al amiguismo, parece normal imaginar al burócrata weberiano racional y libre de
presiones, o preferencias personales. En el segundo, la idea de que no existen
vínculos cercanos, favoritismo, compadrazgo o espíritu de clan es inconcebible, y lo que se espera de
un funcionario público, como de cualquier persona, es que esté siempre dispuesto dar una mano a quien la requiere, incluso flexibilizando procedimientos o normas administrativas. Mientras en algunas sociedades es válido suponer que los intercambios de mercado
o con la administración pública se hacen entre personas que no dan ni esperan un tratamiento especial, también existen lugares en los que ayudar a familiares, amigos o miembros de la comunidad puede ser
una obligación moral.
Una queja común de los colombianos en
países más desarrollados coincide con la observación del antropólogo: la
frialdad y desapego de las personas, que se tratan como forasteros. Extranjeros que nos visitan, por el
contrario, quedan cautivados con la calidez de la gente que parece conocerlos de toda la vida. En 1954, en sus Crónicas del Chocó,
García Márquez escribía que “es difícil llegar a Quibdó. Pero es más difícil
salir... Si se penetra un poco más a fondo, se comprende que la gente del Chocó
quiere a su tierra y está aferrada a ella en esa forma radical y definitiva,
porque están acostumbrados a saber que son una sola familia… Desmembrar al
departamento sería, literalmente, dispersar una antigua y extensa casa de
100.000 parientes”.
Puede ser problemático utilizar en cualquier lugar del mundo la misma definición de corrupción. En vez de pasar por el mismo cedazo a todo el planeta, es fundamental la visión local: conocer personas,
familias y comunidades de
cerca, con sus
peculiaridades, no como entes idealizados y universales sacados de un texto de
microeconomía gringo, o del código civil. La simple solidaridad entre gente cercana que se ayuda y respalda no siempre debe considerarse inapropiada
o ilegal, puede ser supervivencia. Es un desatino exigirle la misma solidaridad
fiscal a contribuyentes de Estados que ofrecen bienes públicos y a quienes
soportan una cleptocracia que hace necesarias las palancas de familiares y
amigos, o el clientelismo. Las formas locales de hacer negocios también toca
identificarlas con precisión, para entender el origen de las redes políticas,
burocráticas, empresariales y familiares que defraudan masiva y criminalmente al fisco.
Dupree, Nancy (2004). “The Family During Crisis in Afghanistan”. Journal of Comparative Family Studies, Vol. 35, No. 2
García Márquez, Gabriel (1954). “Una familia unida, sin vías de comunicación". El Espectador, Sep de 1954. Tomado de Acua, Activos Culturales Afro
Haller Dieter & Chris Shore (2005). Corruption. Anthropological Perspectives. London: Pluto Press
Tanzi, Vito (1995). “Corruption” en Gianluca Fiorentini & Sam Peltzman (1995). The Economics of Organised Crime. Cambridge University Press pp. 161-180
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