Embarazos fusión

Publicado en El Espectador, Septiembre 29 de 2016

Israel es un país especial en reproducción asistida. El proceso está minuciosamente regulado y las madres subrogadas practican sofisticados rituales para evitar secuelas de esa arriesgada actividad.

Un elemento destacable de la legislación es que discrimina adoptantes por género. Mujeres solteras o en pareja, heterosexuales o lesbianas,  tienen acceso a servicios que les son negados a los hombres. Ellas proveen sus propios óvulos y pueden comprar esperma, utilizar servicios de fertilización in vitro (FIV) y alquilar vientres, todo con ayuda estatal, mientras que los  hombres, sean o no gais, no tienen esas opciones.

En 1991 los ministerios de justicia y salud establecieron la Comisión Aloni para estudiar las Tecnologías de Reproducción Asistida (TRA), incluyendo la FIV, y proponer un marco regulatorio. El informe fue entregado en 1994 y recomendó crear un comité para reglamentar y financiar todos los ensayos de FIV hasta el nacimiento de dos hijos por mujer, incluyendo alquiler de vientres. La Comisión Aloni tomó en serio la maternidad, dándole sólo a las mujeres, sin depender del estado civil, el derecho a tener hijos artificialmente. Esa prerrogativa, como en varios paíse  europeos, no la tienen los hombres solteros, ni los gais. Activistas de vanguardia en Colombia considerarían esta  legislación imperfecta, discriminatoria, andrófoba.

El perfil de las madres sustitutas en Israel es peculiar. La edad promedio es superior a la de EEUU y, a diferencia de lo que ocurre en otros países, se asemejan social, cultural y racialmente a quienes las contratan. Tienen  prohibidio prestarle el servicio a personas extranjeras. La legislación exige que la portante no esté casada, se reconozca judía, tenga más de 22 años y menos de 40, haya dado a luz por lo menos una vez y menos de seis, con máximo dos cesáreas. Normalmente se rechazan las solicitudes de mujeres obesas, consumidoras de antidepresivos y fumadoras.

En el 2010, la antropóloga Emily Teman realizó una etnografía de madres subrogadas israelíes e identificó varias estrategias para “crear zonas privadas” durante su embarazo. Lo primero que trabajan de manera obsesiva es convencerse de que una parte de su cuerpo pertenece a otra mujer. El desprendimiento que persiguen lo reflejan los términos para autodenominarse: horno, incubadora, casa de huéspedes. Teman denomina “mapas del cuerpo” los mecanismos establecidos para distanciarse del hijo que llevan por encargo y administrar las fronteras interpersonales entre ellas y las parejas o mujeres que las contratan.

El recurso mental de fragmentar el cuerpo entre un territorio privado, íntimo, y la porción objeto de un contrato, recuerda el utilizado por las prostitutas que dividen lo que sirve para su trabajo, el “cuerpo laboral”, y las partes que reservan para sus relaciones afectivas. Tras quince años observando escorts londinenses, la antropóloga Sophie Day cuenta que es común que distingan “las partes a las que los clientes tienen acceso”, que incluyen la “tubería interna”, de otras que mantienen privadas, por ejemplo la boca para dar besos. Feministas francesas como Sylviane Agacinski insisten en el paralelo, que no comparto, entre la prostitución y los vientres de alquiler, un arreglo mucho más complejo, que implica alteraciones corporales y mentales duraderas, con secuelas totalmente desconocidas, pero no por eso inexistentes: así lo ilustran las madres sustitutas en Israel tratando de mitigar el impacto de alquilar su vientre. Fuera de la segmentación corporal, han establecido rutinas para fusionarse y “transferir” simbólicamente su embarazo a sus contratantes; buscan “aumentar la intimidad física y disolver las fronteras entre el cuerpo embarazado de la subrogada y el de la adoptante”. Teman encontró que “usan con frecuencia la imaginería del emparejamiento para describir su relación” como madres de dos categorías. Hacen esfuerzos por lograr un “embarazo vicario”: abstinencia mutua de relaciones sexuales con los esposos o compañeros, cama matrimonial compartida para dormir, caricias prolongadas de la futura madre sobre la barriga alquilada, manifestaciones públicas de cariño –besos, abrazos, o tomarse de las manos- e inyecciones de hormonas puestas a la subrogada por su alter ego. Con estos intercambios íntimos buscan una especie de fusión de cuerpos femeninos.

Los arreglos de las madres sustitutas israelíes parecen una alternativa de ciencia ficción para humanizar los desconcertantes mercados que han surgido alrededor de la reproducción asistida para favorecer a una minoría económicamente privilegiada. Muestran que, sin medidas paliativas, la prestación de ese servicio puede causar daño en un segmento frágil de la población femenina. No sorprende que la práctica esté prohibida en muchos países, más que la prostitución. El referendo sobre adopciones que se está tramitando en Colombia se limita a divagaciones reaccionarias sin abordar el problema más complejo, que no tiene nada que ver con  la orientación sexual de quien adopta.











Agacinsky, Sylviane (2009). Corps en Miettes. Paris: Flammarion

Day, Sophie (2007). On the Game. Women and Sex Work. London: Pluto Press

Teman, Elly ( 2010) Birthing a Mother: The Surrogate Body and the Pregnant Self. Berkeley: University of California Press citado por Twine (2011)

Twine, France Winddance (2011). Outsourcing the Womb. Race, Class, and Gestational Surrogay in a Global Market. New York: Routledge