Claveles, izquierda y democracia

Publicado en El Espectador, Enero 12 de 2017

Murió Mario Soares, socialista portugués que enfrentó a la dictadura pero también al totalitarismo de izquierda. Jamás endosó la estrategia de “todas las formas de lucha”.

De joven fue militante comunista y se aburrió “de tantas reglas y reuniones”. Abogado de profesión, escritor incansable, tuvo un amigo militar asesinado por el régimen. Por recuperar sus restos quedó en la lista negra, estuvo encarcelado y exilado pero fue cofundador del germen del Partido Socialista.

En 1974, cayó la dictadura salazarista con una revolución pacífica cuyo símbolo fueron los claveles en los fusiles de los soldados que retornaban de las colonias. Soares, cuyo papel en el levantamiento fue definitivo, aceptó hacer parte del gobierno de transición militar. El pulso con los comunistas estuvo tenaz: dirigían la protesta callejera, y sólo pudieron ser controlados con ayuda de las Fuerzas Armadas. Soares fue diputado, ministro, primer ministro, presidente y eurodiputado. Bajo su mandato se creó la seguridad social, se amplió la educación pública y Portugal ingresó a la Unión Europea.

La despenalización de facto del consumo de drogas también se inició con el levantamiento contra Salazar. “Súbitamente, llegaron las drogas” anota João Goulão, personaje clave en el cambio de política, para referirse a la marihuana que trajeron los militares. Confiesa que él también la fumó. Como los claveles de la revolución, “las drogas nos prometían la libertad”. Al trabajar como médico, Goulão se encontró con familias cuyos hijos no sólo metían marihuana: comenzaba la epidemia de heroína barata que invadió a Europa en los ochenta. En Portugal, el número de usuarios no fue muy alto, pero el de los consumidores poblemáticos sí. En el pico de la epidemia los adictos serios llegaron al 1% de la población. La proporción de usuarios con VIH también fue más alta que en muchos países.

La decisión de despenalizar el consumo se tomó en 2001. La ONU no reaccionó por irrespetar las convenciones: en el papel se siguen cumpliendo. Portugal no legalizó las drogas sino que redujo las penas por utilizarlas.  Hasta ahora, ningún país ha ido tan lejos en despenalización, y los resultados son favorables. Entre jóvenes, el consumo subió ligeramente con la descriminalización pero luego se estabilizó. Los detenidos por droga se redujeron a la mitad y actualmente apenas pasan de la quinta parte del total. Nada de esto es gratis. Los recursos en rehabilitación han repercutido en las dificultades económicas. A pesar de los logros, falta mucho por hacer. La importación y distribución de drogas la siguen controlando criminales. La violencia y corrupción asociada continúan, pero la percepción ciudadana sobre crimen organizado es más baja que en España e incluso que en Francia.

Sorprende que un país costero, ex potencia colonial con tradición en el tráfico de opio, se mantuviera aislado del mercado europeo de cocaína, y que la marimba que trajeron los soldados no pasara a mayores. Oporto tuvo presencia de carteles gallegos, pero mafias portuguesas nunca se destacaron, a pesar de la importancia del Brasil en la exportación de cocaína latinoamericana y la de Angola, ex colonia, en los reembarques hacia Europa. La ausencia de una guerra violenta contra las drogas pudo ser consecuencia de la revolución pacífica liderada por soldados con claveles en la punta del fusil y marihuana en el morral, pero en alianza con políticos realistas, independientes y con principios. Pusieron al imperialismo yanqui en su sitio sin estridencia, y evidentemente sin rabo de paja por alianzas previas con las mafias para aventuras electorales.

No sólo en materia de drogas, relación con las fuerzas armadas y los EEUU, Colombia debería mirar más hacia Portugal. A pesar de la importancia del Tribunal Constitucional, allá no caló la teoría, elitista y autoritaria, de que los derechos de las minorías se discuten en pequeño comité. Siendo un país católico, la legalización del aborto se hizo por referendo, la adopción igualitaria y la regulación de los vientres de alquiler las aprobó el parlamento, varios años después del matrimonio gay. El realismo y capacidad negociadora de políticos como Soares resultaron fundamentales.

En Colombia, la muerte del líder portugués pasó casi desapercibida. Causó muchísima más conmoción el deceso del comandante Fidel. Es revelador de una mentalidad totalitaria y caudillista que para quienes se dicen demócratas los héroes sigan siendo chafarotes y no luchadores civiles como Soares. Qué falta ha hecho en el país una izquierda realmente intolerante con la violencia política, pragmática, modernizadora, no agrarista ni autárquica, consciente de que es más sensato reformar el estamento militar que estigmatizarlo, pretender encarcelarlo, o cambiarlo a bala por otro peor.








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