Colombianas y árabes en la China

Junio de 2015

Augusto Aponte hizo un reportaje sobre mujeres colombianas que venden servicios sexuales en la China. La principal clientela son los inmigrantes árabes, que aprecian mucho su físico. Además, alejándose de los chinos evitan a los agentes de policía encubiertos que las podrían meter en problemas. Por el momento se concentran en la ciudad cantonesa de Guangzhou pero ya están colonizando territorios más rentables, como Hong Kong.

Actúan como coperas free lance de discotecas que las acogen y les dan trago de cortesía. "Esperan a que los hombres lleguen, y al son de música árabe, una picadita de ojo o una sonrisa dan el mensaje para el primer acercamiento. Bailan, ríen, mientras consumen botellas de whisky”. Cuando el ritmo cambia salen para el hotel del cliente cobrando unos doscientos dólares por el “rato”. La concentración de colegas en una misma discoteca beneficia a todos. Ellas se sienten acompañadas, como en una fiesta, y el grupo de niñas “vestidas con un jean, blusa cortica, tacones altos, no muy mostronas la verdad, para no alertar a las autoridades” le sirve al negocio para atraer clientes que con una sola visita disipan cualquier duda sobre lo que se cuece allí. La estacionalidad del negocio es peculiar: deja de funcionar durante el ramadán.

Los contactos que se requieren no son muchos: básicamente alguien con amigos en la burocracia para sacar la visa en Colombia y renovarla allá. “Hay funcionarios que cobran 300 mil pesos por sacarla sin necesidad de entrevista”. El flujo de mujeres emigrantes empezó hace unos tres lustros y la edad promedio ha ido reduciéndose, ya que las nuevas reclutadoras o manilas, escorts retiradas, conocen los pormenores de la aventura. La presencia colombiana también se ha extendido a las actividades de apoyo. La discoteca Rey en Guangzhou es de colombianos y allí “se escucha salsa, vallenato y venden empanadas y tamales”.

La prostitución sigue siendo legalmente prohibida en la China y por eso el oficio se ejerce, más que informalmente, de manera clandestina. No es clara la sanción que, más allá de la deportación, podría recibir una mujer que en principio está como turista de compras. Pero hasta hace relativamente poco las penas por vender sexo podían ser duras. En los años ochenta todavía existían campos de concentración para prostitutas. De los esfuerzos por erradicar la actividad no se salvaron los extranjeros, que también han sido perseguidos. En Junio de 1988, en la zona de Shenzen, que colinda con Hong Kong, hubo un arresto masivo de 122 prostitutas y 100 clientes. En el 2004, un político de esta última ciudad fue arrestado con una mujer que había conocido en un karaoke y llevado a su hotel. Ambos fueron mantenidos bajo arresto por 6 meses.

Deng Xiaoping tuvo particular interés en reprimir la actividad y someterla a penas muy severas porque, según él, afectaba negativamente la reputación del país. De acuerdo con un informe oficial de su época, tan sólo en el año 1991, cerca de 200 mil prostitutas y clientes fueron detenidos y más de 30 mil mujeres fueron enviadas a campos de reeducación y trabajo forzado.

Hasta hace una década, cualquier cliente, local o extranjero, corría el riesgo de ser detenido y de ver en su documento de identidad o pasaporte la leyenda “pervertido notorio” en la frente de la foto. Con los proxenetas, las sanciones aplicadas no se limitaron al escarnio público. A finales de los ochenta en una pequeña aldea cerca de Cantón uno de ellos fue ejecutado. En el 2005, un connotado empresario de casinos y burdeles en la provincia de Fujian también fue condenado a la pena capital. Sin embargo, el gobierno se fue dando cuenta de que el comercio sexual ayudaba a aceitar los negocios con los extranjeros.

Fuera de esta consideración económica, para hacer cumplir estrictamente la prohibición las autoridades han tenido que lidiar con los políticos y sus notorios desafueros con concubinas, una especie de prostitución informal a cargo del erario público. En China, la corrupción y la disponibilidad de mujeres van de la mano. Uno de los casos más llamativos fue el de Lin Longfei, secretario del Partido en la provincia de Fujian, que en el 2006 fue condenado a muerte tras conocerse que no sólo había invitado, con fondos gubernamentales, a sus 22 concubinas a un banquete sino que había anunciado que este evento se repetiría anualmente y que otorgaría un premio especial a la que mejor lo atendiera. El paralelo con la época dorada del narcotráfico y sus faraónicas rumbas adornadas por quienes aún no se conocían como prepagos es inmediato.

Hace unos años, en un periódico local, los escándalos de burócratas con sus concubinas fueron objeto de un ranking que tradujo el corresponsal del Telegraph de Londres en Peking. Hay de todo, como en botica. Un director de transporte de Nanjing, sesentón, mantenía trece concubinas para demostrar que su virilidad seguía intacta. Se jactaba ante sus amigotes, y se burlaba de los que tenían menos. Un ex jefe de propaganda de Congching tenía reservada a su nombre una habitación en el hotel Hilton para pasar la noche con distintas mujeres a las que imponía tres requisitos: grado universitario, bonita y soltera. Un director de la oficina de la industria textil en Hainan llevaba 95 diarios con relatos de sus experiencias sexuales y muestras de cabello de 236 mujeres. El secretario del comité del partido en Anhui recibía enormes mordidas que le permitían sostener siete concubinas que se peleaban incesantemente. Tuvo que nombrar a una de ellas para que administrara a las otras seis. Al director de la cooperativa de crédito en Shenzhen se le acusó de haber desviado cerca de U$ 25 millones, cifra acorde con los gastos necesarios para el sustento de sus cinco mujeres. El secretario del Partido en Tianmen no sólo mantenía concubinas sino que era aficionado a las prostitutas comunes. A dónde iba de viaje le pedía a los de su séquito que le “trajeran las buenas de la calle”. Entre 1989 y el 2001 se le contabilizaron relaciones con más de 100 mujeres.

Un antecesor de estos libidinosos patriarcas fue el camarada Mao Tse-tung, quien hasta sus últimos años mantuvo casi intacto un apetito sexual insaciable que pudo satisfacer sin reparos con un flujo continuo y renovado de jóvenes. Ya rondando los setenta, el líder mantenía sesiones en las que varias jóvenes compartían su cama. Ellas mismas le presentaban nuevas participantes en las orgías. Obviamente el pago por esos servicios sexuales nunca fue monetario sino político.

Con tales prácticas oficiales, más las arandelas de los negocios con extranjeros, era de esperar que  las autoridades relajaran su vigilancia sobre una actividad que se mantiene tras la fachada de otros negocios como el karaoke, o las discotecas donde rumbean las colombianas.

Una lección de estas experiencias es la fragilidad del discurso sobre trata de mujeres como característica de la oferta sexual colombiana en la China. Xiomara, una manila, desmiente que en Guangzhou haya explotación de compatriotas pues “todas saben a qué van, aunque hay veces que estando allá empiezan a tener problemas con las manillas, y algunas se quieren devolver, pero la manilla siempre les dice que antes tienen que pagarle la deuda de los tiquetes y viáticos”. El reclutamiento en Colombia es sencillo. “Varias chicas se entusiasman con ir a China porque se dan cuenta que otras niñas vienen de allá con plata a comprar casa, carro”. Normalmente, y cada vez con mayores detalles gracias a las veteranas, saben lo que les espera y, además, han aprendido a economizar para devolverse cuando han ahorrado. “Muchas niñas para no pagar el tiquete de vuelta van y denuncian que han sido víctimas de la trata de blancas”. Recientemente la Policía en Bogotá “fue a recibir a una chica que venía de China por ser supuestamente víctima de trata de personas, y que llegó con maletas llenas de regalos, con gafas finas, perfumes importados, anillos en oro”.