Mujeres en las FARC, de Marquetalia a las rangueras

Marzo de 2014

En Abril de 1964 Jacobo Arenas llegó a la región de Marquetalia, en donde estaba establecido Manuel Marulanda, para informarlo del plan del gobierno de Guillermo León Valencia contra la región. En una asamblea la comunidad decidió que en menos de dos días había que evacuar. Según Jaime Guaracas, como el enfrentamiento se podía “prolongar por muchos años” Marulanda empezó a dirigir la resistencia “con sólo 52 campesinos varones y dos mujeres”.

En el recuento de la larga marcha para atravesar la Cordillera que le hace el comando de las FARC a Arturo Álape a mediados de los ochenta, Balín, un guerrillero oriundo del Sumapaz recuerda que “en total del grupo móvil éramos 27, incluyendo tres mujeres”. Con ese superávit masculino, era previsible la presencia de prostitutas al lado de los alzados en armas. En su “Diario la Resistencia”, Arenas registra que ya desde Marquetalia habían comenzado a llegar “mujeres de diferente profesión, entre ellas mujerzuelas de mala muerte. En general, estas ‘damas’ son agentes de los servicios de inteligencia del gobierno. Esta es una cuestión en que los altos mandos militares y el gobierno ponen todo su empeño y su dinero, porque les produce según ellos excelentes resultados. Hay elementos de estos sumamente astutos y logran, incluso, infiltrarse en las filas de los guerrilleros”. Al evaluar con Álape las dificultades de la travesía, Tirofijo trata de explicar por qué fracasaron los intentos anteriores. Tangencialmente hace alusión a la falta de mujeres y a los riesgos de los amoríos fugaces. “Indisciplina en los desplazamientos, indisciplina en los sitios de caleta, indisciplina  en la relación con la población civil y eso nos trajo muchas fallas … Que nos traigan una botella de aguardiente y un par de invitados  o de invitadas al campamento, que mañana vamos a tal sitio”.

A principios de los setenta, ya se han unido a los campesinos insurgentes algunos cuadros urbanos pero sigue habiendo poquísimas compañeras. El fundador del M-19, Jaime Bateman Cayón, un mujeriego empedernido que fue secretario de Marulanda por la época, le contaría después a Patricia Lara que en esa época aprendió “a dominar mis instintos de hombre. Eso, en la guerrilla, es muy importante. Como hay tan pocas mujeres, se desesperan los hombres que no tienen compañera ni saben dominarse. Por eso los guerrilleros deben ceñirse a unas norma éticas muy claras: las relaciones entre las parejas deben ser más o menos estables y públicas. No puede permitirse la infidelidad”. Sin sospechar lo que vendría después, agrega que sin esa rígida regla sería “facilísimo que un comandante, por el hecho de serlo, ejerza privilegios sexuales o que una guerrillera que pase las noches de hamaca en hamaca, la liquiden en segundos”. Las relaciones furtivas con las jóvenes del campo eran arriesgadas porque las peticiones de la población rural al grupo armado incluían la protección de las veredas, “porque las muchachas no podían salir solas”. Así, hasta un seductor como Bateman tuvo que contenerse: “cuando estaba en las FARC bailaba con las campesinas”.

No está claro cuando fue que las mujeres empezaron a ingresar en forma a las FARC, pero en la visita que Alma Guillermoprieto le hizo a Tirofijo en Casa Verde en 1986, la periodista se sorprendió de que “su escolta estaba conformada básicamente por mujeres jóvenes… Aunque los comandantes de las FARC estaban envejeciendo, los guerrilleros y las guerrilleras eran de una juventud asombrosa”. Tirofijo hace explícito que desearía tener más guerrilleras. “Imagínese, sería muy agradable contar uno con la mujer en las filas, estar con ella permanentemente, pero esa situación para uno es muy difñicil y complicada; pero sería de lo mejor”.

Un quiebre definitivo en los sistemas de reclutamiento de las FARC se dio con la zona de distensión del Caguán, cuando crecieron de tal manera las candidaturas que el asunto se les salió de las manos, sin poder distinguir si se trataba de campesinos, infiltrados o delincuentes. Una reinsertada cuenta que “cuando yo llegué a la guerrilla, era requisito indispensable pertenecer a una familia conocida en la región. Pero en la época del despeje, los reclutadores iban a las zonas cocaleras, donde había cientos de raspachines y comenzaban a andar para arriba y para abajo en moto, con buenas camisas, jeans, lociones … entraban a las discotecas a bailar y tomar trago … Ya borrachos les decían: ¿ustedes por qué no ingresan a la guerrilla? Allá tienen de todo y si se portan bien les enviamos plata a la familia; además, van a vivir muy bien”.  La desmovilizada no habla del capítulo femenino de los nuevos sistemas de reclutamiento, algo que aclararán después unos secuestrados. De todas maneras, el atractivo del grupo insurgente en la época del despeje fue tal que según un funcionario “en San Vicente del Caguán, niños, niñas y jóvenes solicitan con cierta regularidad ante la Personería Municipal, la Inspección de Policía o la Defensoría del Pueblo que intercedan para su ingreso a las FARC”.

En una entrevista concedida a la televisión argentina cuando lanzó el libro sobre su cautiverio, Ingrid Betancourt cuenta que "en general las guerrilleras son campesinas que ejercieron la prostitución, por lo que ven a las FARC como un ascenso". Luis Eladio Pérez, que pasó siete años secuestrado, comparte esa apreciación. “La guerrilla recluta mujeres que han sido prostituidas casi desde niñas, y para ellas ser guerrilleras representa una opción de vida, aunque en realidad se convierten en prostitutas de las FARC”. Una bogotana que fue secuestrada en el 2001 anota en su diario que sabe que una de las siete mujeres del frente había sido prostituta. También manifiesta sospechas sobre otra de las guerrilleras “que tiene su caleta decorada con hebillas, moños, esmaltes, maquillaje y maripositas” y cuya torpeza como combatiente le parece evidente: “camina con tanto cuidado, que si la persigue el ejército la bajan de inmediato”. Estos tres cautiverios transcurrieron en zona cocalera donde, como sugiere la reinsertada, los mecanismos de selección de personal se relajaron y agilizaron hasta el punto de matar dos pájaros de un tiro, reclutando simultáneamente raspachines y damiselas.


La dificultad para distinguir algunas guerrilleras de las prostitutas la tuvo Eladio Pérez desde el principio de su secuestro, cuando lo llevaron al Caquetá a reunirlo con otros cautivos de las FARC. En la frontera con el Ecuador, “la guerrilla mandó a unas muchachas bien chuscotas. Yo no sé si eran guerrilleras o prostitutas conseguidas ahí o pagadas para que entretuvieran el puesto de policía. Me hicieron pasar como médico, terminé hasta recetando Viagra”. Su confusión persistió con el intercambio de sexo por favores económicos que practican las rangueras, “aquellas guerrilleras que tienen relaciones o amores o se han asociado con los guerrilleros que ocupan cierto rango, cierta posición. Como ellos tienen acceso al manejo de dinero y como casi siempre quedan extras, se pueden dar el lujo de comprarles un detalle”. Así, la mujer que ha sido prostituta antes de ingresar a las FARC, y cuya competencia son niñas reclutadas vírgenes, tiene buenas posibilidades de ascenso y evidentemente mejora su estatus. “Se siente superior a las demás, pues tiene algo que la hace notoriamente diferente”. A diferencia de las prepagos de los narcos, paramilitares o esmeralderos que no pasan de ser aventuras efímeras sin chance de desplazar a la esposa y madre de los hijos, dentro de las FARC convertirse en ranguera le permite a una joven que sepa destacarse sexualmente no sólo prerrogativas económicas sino, además, enamorar a su comandante y organizarse con él.