El trencito camuflado de las FARC

Abril de 2013

En las maras centroamericanas el trencito es el ritual de iniciación de las jóvenes al volverse pandilleras: las violan en grupo. En el portal de la Mara Salvatrucha se explica que así como los hombres, para hacerse mareros, deben aguantar una golpiza, las mujeres “tienen que brindar servicios sexuales a los miembros masculinos de la banda. Después de un ritual así la chica es admitida y tiene que contar con más ataques parecidos”. Minoritarias en la pandilla, quedan declaradas propiedad colectiva sin los problemas de rivalidades o búsqueda de exclusividad en la hiperactiva vida sexual del grupo.

Los mareros aceptan con descaro que compartir sus mujeres, incluso con no pandilleros a los que les cobran, es algo que hacen mientras llevan “la vida loca”. Al salirse de la pandilla y calmarse buscarán una “chavala decente” para tener sus hijos. El porvenir de las pasajeras del trencito es más complicado. Es común que sigan en el oficio al que fueron inducidas no por misteriosos traficantes de mujeres sino por sus propios compañeros, los pandilleros proxenetas.

No conozco ningún caso de demanda judicial por violencia sexual puesta por una ex pandillera contra quienes, después de la violación colectiva, se convirtieron en sus compinches de aventuras y parranda. La aceptación social del trencito y la vida loca es tal que un académico progresista no tuvo reparo en señalar que la pandilla es un mecanismo para la liberación sexual de las mujeres.

Marta tenía 11 años cuando una mañana en Barrancabermeja unos hombres la pararon y a la fuerza la subieron a un camión con otros 50 menores. Al llegar al campamento de las FARC los alinearon y empezó el adoctrinamiento. A los dos o tres días “un comandante me sacó del grupo y me llevó a un cambuche donde me violó, me golpeó y posteriormente me amarró. Allí duré una semana … Este episodio me volvió a abrir una herida muy profunda: cuando tenía 7 años había sido violada por un tío, sin que hubiera podido hacer nada”. Considera que su caso no es excepcional. “Me di cuenta que era la regla y no la excepción … Comencé a comprender muy temprano, cual era la cuota que las mujeres teníamos que pagar, para estar en este grupo guerrillero”.

Las campesinas “llegaban y como había muchos más hombres que mujeres entonces eran como los buitres: uy llegó carne fresca … Sin experiencia, los muchachos les caían y las muchachas se dejaban llevar” relata otra ex fariana en una entrevista.

De acuerdo con Zenaida, a Gaitán, un comandante que manejaba mucha plata en efectivo -normalmente bajo la custodia de la mujer que andaba con él- “se le arrimaban las chinas porque él les daba regalos”. A Rigo, un hijo enano del máximo líder, “le gustaban las mujeres monas, altas. Y las conseguía. Como era el hijo de Marulanda, las guerrilleras se le arrimaban”.

La rotación de parejas es alta. “El sexo es lo único feliz que había en mi vida”, cuenta una guerrillera desmovilizada. “Sola me parecía que no era nadie … Pasaba el calor de las noches pero cuando amanecía terminaba todo porque era posible que esa misma tarde, chao, adiós. Y a hacer cuenta que no lo había visto. Más adelante conocía a otro, más adelante a otro. A olvidarse de ellos y a pensar en que no existieron”.

La aparente liberalidad se percibe dentro de la misma guerrilla como algo reprochable, y no son extrañas las comparaciones con la prostitución. Un ex fariano opina que allá “la mujer pierde su feminidad … los hombres son muy machistas, siempre explotándola sexualmente. Parte de la culpa es del hombre, parte es de la mujer porque ellas se relajan … ellas se vuelven prostitutas porque empiezan con un hombre  en una cama, y a la siguiente noche están en otra cama con otro hombre”.

El primer amor, amigo y apoyo de una guerrillera reinsertada “me decía que las mismas guerrilleras me inducían a la prostitución porque se iban acompañadas al baño y se ponían a hablar de que tal guerrillero estaba bueno que esta noche me voy a acostar con tal otro, y que yo me veía decente, así que no me fuera a dejar influenciar por ellas”. Él mismo le explicó que “en la guerrilla hay mujeres que se acuestan todas las noches con uno diferente: porque les prestan una bolsa, porque les regalan betún, porque les dan ropa interior o un champú, en fin …”.

“Ahora Lozada tiene otra mujer, una chica de 16 años, de tetas enormes. Esta muchacha es una putica, tira con todo el mundo y es muy tonta” escribió Tanja, la holandesa de vanguardia, en su diario.

La confusión entre promiscuidad y prostitución está institucionalizada. A las peladas “las paran delante de todo el personal de la compañía y les han dicho: ustedes confundieron FARC-EP con BAR-EP, y les han dicho si ustedes quieren ganarse el cartón de prostitutas por qué no se quedaron en la civil”. El sexo casual está reglamentado: “para ese tipo de relación hay permiso los días miércoles y domingo pero hay que pedirlo. El compañero es con el que se está siempre”.

Al reinsertarse, cual mareros, los guerrilleros se buscan una “chavala decente” para tener hijos. Una antropóloga que entrevistó decenas de desmovilizados señala que todos los hombres afirmaron no tener interés en contar con una excombatiente como pareja porque “la mujer guerrillera es una puta”.

Para completar, al igual que los mafiosos, los guerrilleros son asiduos clientes de la prostitución, desde antes de vincularse. Una mujer del EPL recuerda que las prostitutas eran aceptadas en los campamentos. Era “una manera de preservar y proteger a las masitas”, como se denominaban las jóvenes campesinas en las zonas de influencia de esa guerrilla. En el año 2005, la revista Cambio señalaba que en Antioquia y el Eje Cafetero, “los grupos armados reclutan menores que son llevadas hasta Tame, Arauca, y de alli las envían a campamentos para que presten servicios sexuales a los combatientes. Permanecen entre cinco y ocho días, y luego las devuelven a sus lugares de origen”.

Otro síntoma de fuerte demanda por sexo pago es la alta incidencia de enfermedades venéreas que sin duda -en un entorno al que ellas entran vírgenes y se les prohíben relaciones con civiles- han sido importadas por unos guerrilleros no muy amigos del condón.

Aunque en las encuestas son pocas las reinsertadas que reportan haber sido violadas en la guerrilla, siendo tan niñas cuando las reclutaron queda la inquietud de si el camión en el que subieron a Marta no era en realidad un trencito camuflado.