El Eme y los paras


¡Hágale, hermano!
Secuestro, narcotráfico y otras alegres audacias del M-19



No menos sorprendente resulta la cordial, duradera y sin duda pragmática relación que, según dirigentes del mismo M-19, mantuvo dicho grupo con Ariel Otero y Henry Pérez, líderes de uno de los más prominentes grupos paramilitares del país, las Autodefensas Unidas del Magdalena Medio, que posteriormente participaron en la oscura alianza que se formó para liquidar a Pablo Escobar. Lo más sorprendente de estas dos alianzas del M-19, con Pablo Escobar, por un lado y con los paramilitares de Puerto Boyacá por el otro es que, aparentemente, sobrevivieron al rompimiento y posterior guerra entre los dos últimos. Muerto Rodríguez Gacha, tanto Otero como Pérez, enemigos a muerte de la guerrilla, se distanciaron de Escobar, en parte por sus simpatías con la izquierda. Se tornaron entonces informantes de la DEA y, por esa vía, de la alianza que acabaría con Escobar. Enterado de esta traición, Escobar habría mandado matar a Henry Pérez  [1].

Los antecedentes de esta asociación del Eme con los paras habían sido, por un lado, la extraña historia de un miembro del M-19, Diego Viáfara, que había llegado a principios de los años ochenta con dos compañeros más al Magdalena Medio “para auxiliar a las cuadrillas 11 y 12 de las FARC” [2]  y después -no se sabe bien si obligado o buscando infiltrarse - militó, alcanzando una posición importante, en los grupos paramilitares de los que desertaría luego para convertirse en informante de las autoridades. La versión relatada por Duzán (1993) es que Viáfara habría sido obligado, después de  ser torturado, a ingresar a los paramilitares. Castillo (1991, p.198), por el contrario, señala en otra versión que el mismo Viáfara “afirmó que en realidad su misión tenía por objeto infiltrar las organizaciones paramilitares del Magdalena Medio, a fin de descubrir todo su aparato, y , ante todo, la fuente de financiación”. El importante volumen de datos sensibles que tenía Viáfara sobre los grupos paramilitares del Magdalena Medio y de los narcotraficantes refleja bien hasta qué punto era importante dentro de dicha organización. En efecto, por él se supo de los tentáculos de los narcotraficantes dentro del ejército, de la contratación de mercenarios extranjeros como entrenadores de sicarios, de las rutas de salida de droga y llegada de armas al sur del país, incluso “Viáfara conocía con anticipación las masacres y los atentados” cometidos por los narco-paramilitares [3]. Lo que no queda nada claro de los relatos de Duzán y Castillo sobre Viáfara es si éste mantuvo sus contactos con el M-19 una vez ingresó y ascendió rápidamente dentro de los grupos paramilitares, ni cual fue su relación con los miembros de esta agrupación que empezaron a formar una estrecha amistad con Henry Pérez, precisamente el personaje que dirigía los grupos de asesinos de los cuales Viáfara, al desertar, huía espantado.  Tampoco se entiende bien la falta de curiosidad de este par de agudos periodistas sobre lo que ocurrió con los vínculos de Viáfara con el M-19 cuando se volvió un destacado miembro de los grupos paramilitares.  

Está por otro lado, la historia de una frustrada reunión con los narcotraficantes de Medellín, bloqueada por Fidel Castaño, y un “encuentro de los Estados Mayores de las autodefensas del Magdalena Medio y del M-19” que se llevó a cabo en el territorio de Gonzalo Rodríguez Gacha, considerado por algunos el principal narcotraficante de la época, y que reunió a cuatro miembros del M-19 con otras quince personas. “Recuerdo a Nelson Lesmes, el Zarco, también a un ex alcalde de Puerto Boyacá de apellido Rubio … Van también Henry Pérez y ariel Otero. Y como anfitrión e integrante de ese Estado Mayor, nada menos que Gonzalo Rodríguez Gacha”  [4].

Según los participantes del M-19, el loable propósito de tal reunión era destacar la importancia de la paz. “El reto era construir otra visión, una mirada diferente, un nuevo escenario para nosotros y para las generaciones por venir” [5]. Pero el mismo relato revela algunos detalles sustanciosos, y más verosímiles, sobre lo que se habló en aquella asamblea de prominentes y activos guerreros. “Pensaban que éramos muy eficientes en ciertas operaciones armadas, que manejábamos técnicas y tácticas muy novedosas. Demostraban gran respeto por nuestra historia militar. Recuerdo que nos preguntaron con insistencia por una operación que hicimos por allá en 1984 o 1985, en el departamento del Quindío … Estaban muy interesados en operaciones de infiltración con pequeños comandos” [6].

A partir de allí, y como asunto reservado y secreto , se inicia una larga relación entre miembros de la cúpula del M-19, que reportaban directamente al comandante Pizarro, y los líderes de las autodefensas. “Pizarro me recomienda la tarea de atender las relaciones con las autodefensas. Cree que hay que persistir y profundizar esa relación. Me recomienda discreción y prudencia … El secreto de la misión se mantiene a muy alto nivel dentro del M-19” [7]

No se entiende bien por qué un asunto tan bien intencionado y pertinente políticamente se tuvo que mantener bajo tanto sigilo. De cualquier manera, queda claro, según ellos mismos, que los vínculos Eme-paras fueron estrechos. El testimonio de Alvaro Jiménez es diáfano al respecto. “Me vuelvo asiduo visitante de Puerto Boyacá. La confianza, de parte y parte, es cada vez mayor. Decido seguir yendo sólo, y la otra novedad es que ya no me alojo en el hotel sino en la casa de Henry … En Puerto Boyacá tenían un radio que pusieron a mi servicio, y utilizaba las claves de nuestro sistema de comunicación. Me dejaban solo mientras buscaba mi frecuencia … Estos gestos iban creando un ambiente de confianza mutua. Así era especialmente con Lucho, a quien había conocido como Ariel Otero. El era el encargado de acompañarme a usar el radio”  [8].

Estos continuos y repetidos contactos, que se mantuvieron hasta el asesinato de Henry Pérez, resultaban, según ellos, del encargo de Carlos Pizarro de conocer a fondo a las autodefensas e involucrarlas en el propósito de la paz “(Pizarro) estaba convencido de que una solución civilizada al problema del narcotráfico había que encontrarla entre todos. De modo que buscó establecer contactos con todos los actores armados y les propuso incorporarse aun proceso de construcción de una nación incluyente, democrática y pacífica …La misión de Alvaro Jiménez era un verdadero desafío: consistía en adentrarse en el mundo de las autodefensas, en su retaguardia; se trataba de conocer y comprender ese fenómeno, ya no para destruirlo sino para transformarlo [9].

Al igual que las conmovedoras razones que, como se vio, se han aducido para el estrecho contacto con los narcos de Medellín, el argumento de que la amistad con dos de los más notorios representantes del paramilitarismo colombiano era, para el M-19, un asunto de curiosidad sociológica, o de alta política, y para las autodefensas un acto desprendido, sin exigencias de reciprocidad, requiere, para creerlo, considerables malabares intelectuales que permitan encajar en ese idílico escenario guerreros de tal calibre.

Acerca de las ventajas que representaban para el M-19 estas insólitas alianzas, uno de sus miembros ofrece algunas pistas basadas en los aspectos que más le llamaron la atención durante sus repetidas visitas a la “capital anti-subversiva de Colombia”, sobre nombre que las autodefensas del Magdalena Medio le habían dado a Puerto Boyacá, su principal centro de operaciones. Parecería que con estas experiencias los eclécticos subversivos urbanos confirmaron de primera mano varios de los principios de supervivencia en el conflicto colombiano. Uno, el riesgo político, e incluso militar por la reacción que genera, que representaba una estrategia de financiación basada en el secuestro y la extorsión. Son frecuentes las alusiones al secuestro como factor determinante del debilitamiento de las FARC en la zona y el fortalecimiento de las autodefensas. “Es que ellos (las FARC) se dedicaron a secuestrar y a matar a todos los que no fueran parte de ellos. Entre la gente prestante, se salvaron sólo los que se fueron. Los demás, los de más abajo, empezamos a organizar la resistencia” [10].

Una segunda lección tenía que ver con lo cómodo que resultaba recurrir al narcotráfico, como fuente financiera. Alcanzaba no sólo para comprar armas y mantener ejércitos  sino, mejor aún, para alcanzar apoyo político entre la población. “Una vez recuperado el territorio, atravesaron un período de pobreza: con mucha dificultada lograban mantener su estructura. Entonces encontraban una nueva fuente de financiación, el narcotráfico. La película se les mejoró notablemente: con las ganancias del narcotráfico pudieron pagar y mantener un ejército, una fuerza armada estable; tenían abundancia de comida, y de material de guerra y logístico” [11]. Sobre cómo el narcotráfico ayudaba al ejercicio no violento de la política, luego de señalar lo impresionante que resultaba constatar el papel tan importante de Henry Pérez y las autodefensas en la vida del municipio, Alvaro Jiménez hace remembranzas de épocas doradas de la narcopolítica “Ya no nos bastaba la conversación con el parroquiano en la esquina de la plaza o en la vereda para mantener el amarre con los campesinos: entonces compramos la emisora de Caracol en el pueblo. Queríamos hacer política nosotros, directamente, como autodefensas; no queríamos que los políticos se comieran nuestro prestigio. También mandamos arreglar el estadio, financiamos equipos de fútbol con muchachos que se ponían camisetas, patrocinamos reinados. Y la gente sabía que era obra nuestra, sin ningún auxilio, ni nacional ni departamental”. [12].

El tercer elemento aprendido por el Eme de los paras es que una buena estructura militar podía ser, per-se, una fuente importante de recursos económicos “Sí se venía construyendo una eficaz máquina militar que le vendía servicios no sólo a la gente de la región, sino que también hacía tareas por encargo en otros sitios del país” [13].

En términos escuetos, los más audaces y mejor formados subversivos urbanos del país habrían aprendido de sus aparentes enemigos, los paramilitares, cómo guerrear en Colombia sin recurrir al secuestro. Lo que, por el contrario, no queda tan claro de los testimonios del M-19 es lo que los paramilitares estaban obteniendo de esta alianza. Recurrentes rumores, y las revelaciones posteriores de otro prominente paramilitar, Carlos Castaño, ofrecen una pista, más creíble que la historia según la cual estaban recibiendo lecciones de paz, sobre la contraprestación recibida: servicios militares altamente especializados. La audacia y la técnica militar de los del M-19 era lo que más admiraban los narcos y los paramilitares de dicho grupo. Cabe por lo tanto sospechar que esa era  la médula de tan extrañas alianzas. No es demasiado arriesgado presumir que, entre otras, los paras pudieron aprender de los muchachos del Eme lo que, según cuenta su amante, aprendió Pablo Escobar de ellos. “Mis amigos del M-19 me enseñaron todo lo que se necesita saber sobre secuestros” [14].

En este contexto, resultan menos sorprendentes las recurrentes acusaciones en el sentido que la toma del Palacio de Justicia en el año 1985 habría sido contratada por los narcos con el M-19 [15]. No vale la pena entrar acá en el debate sobre el carácter mercenario de esta operación. Una discusión bien informada y convincente sobre la participación de los narcos en la toma del Palacio de Justicia es la ofrecida por Alonso Salazar en su biografía de Pablo Escobar, de la cual vale la pena rescatar, ante todo, que la relación entre el capo y algunos dirigentes del M-19 en Antioquia era particularmente estrecha.

De acuerdo con los relatos de los integrantes del Eme que luego se reintegraron a la vida civil, de esta actuación tan trascendental casi sólo los directamente involucrados se enteraron con anterioridad. Según Vera Grabe, “salvo quienes participaron en el diseño, la elaboración de documentos y la preparación operativa, los demás nos enteramos a la hora en que comenzó la acción” [16]. A su vez, Antonio Navarro, precisa que “esa fue una decisión que tomó el M-19 en ese momento, yo no conozco mucho los detalles porque estaba en el exterior” [17].

Por el contrario, varios relatos coinciden en que Pablo Escobar sí tuvo previo conocimiento de este audaz operativo. De acuerdo con Jorge Luis Ochoa fue Iván Marino Ospina quien le habló a Escobar del asunto, que lo apoyó, según el mismo Ochoa “porque le gustaba el agite”. Un miembro del M-19, Alejo, reconoce que Escobar sí sabía con anterioridad del operativo, puesto que “facilitó algunas cosas, como la pista de la hacienda Nápoles, para traer pertrechos de Nicaragua”  [18]. El informe recientemente hecho público por la Comisión de la Verdad corrobora la idea de un arreglo previo que se canalizó a través de Iván Marino Ospina quien “era la persona oficialmente autorizada por el M-19 para establecer los diálogos que hubo, frecuentes, con Pablo Escobar” [19]. El testimonio de alguien cercano a Escobar, su amante de varios años, no sólo avala los anteriores sino que precisa varios puntos. Uno, las negociaciones se hicieron con Alvaro Fayad e Iván Marino Ospina. Dos, se hizo un anticipo de un millón de dólares a los cuales se añadirían “armas y apoyo económico más adelante”. Tres, se trajeron a la pista de la Hacienda Nápoles unos explosivos pero las armas no alcanzaron a llegar. Cuatro,  Escobar pagaba por la destrucción de los expedientes que facilitarían su extradición. Cinco, Fayad y Ospina habían sido claves en los contactos de Escobar con Noriega, los Sandinistas y Cuba [20]. No es pertinente aquí analizar en detalle los pormenores de una reunión entre el capo, Virginia Vallejo e Iván Marino Ospina unos meses antes de la audaz acción. Pero ese relato [21] es ilustrativo de cómo aceitaban los tratos esos machos guerreros –casi pandilleros con unos años de más- y ayuda a matizar, a poner en perspectiva, la visión aún predominante, edulcorada e inverosímil, de unos virtuales próceres preocupados sólo por la paz y por arreglar las instituciones a bala.

Como si lo anterior no fuera suficiente indicio de una sólida alianza entre los guerrilleros del Eme y el gran capo, al parecer este operativo la fortaleció aún más. De acuerdo con el mismo Alejo del M-19, “después del Palacio, Pablo y quienes se movían a su alrededor nos miraron con mucho respeto. El nivel y heroísmo los conmovió” [22]. Justo después del asesinato de Pizarro, el mismo Escobar aceptaba su cercanía con el M-19. En carta dirigida al coronel de la Policía que lo acusaba del asesinato, Escobar afirmaba “siempre he sido amigo de casi todos sus líderes. En momentos de la mayor tensión y dificultad, escondí a Alvaro Fayad y a Iván marino Ospina; puede preguntarle a la esposa y los hijos de Iván” [23].

La pretensión de algunos miembros del M-19 de que no estuvieron enterados de la operación no se puede descartar del todo. En forma más marcada que para los grupos subversivos de origen rural, en el M-19 se daba una gran fragmentación en la toma de decisiones e incluso en la información sobre ciertos operativos. “Cuando estuvimos en Panamá, ya hablando con Navarro, no teníamos claro si el secuestro (de Álvaro Gómez) lo manejaba Pizarro o Navarro”  [24]. Al parecer, en ese grupo, nadie estaba totalmente enterado de lo que hacían los otros. Aún más, ni siquiera siempre se sabía quienes eran los otros. La desorganización del M-19 alcanzó a ser de tal magnitud que varios de sus miembros han manifestado, con no disimulado orgullo, que se trataba de un movimiento con tan amplio respaldo popular que era virtualmente imposible saber quien pertenecía al grupo y quien no. Ante una pregunta sobre el número de efectivos del M-19, Jaime Bateman responde “No lo sabemos. Ojalá lo supiéramos para poder controlar esta cosa. Mucha es la gente que realiza operaciones y nosotros no sabemos quienes las realizan … porque somos ya una razón social. El programa del M-19 es el programa del pueblo, entonces mucha gente por su cuenta y riesgo lo pone en práctica” [25]. Vera Grabe habla también de los “grupos silvestres, los espontáneos que realizaban acciones y las firmaban como M-19 pero no estaban articulados a la estructura. Cualquier día salió en el periódico la noticia de una toma del eme en Icononzo, y los primeros sorprendidos fuimos nosotros” [26].

Con la degradación del conflicto, la generalización de los procedimientos de guerra sucia, y el recurso creciente a la financiación por medio de la droga por parte de los distintos actores del conflicto, este folclórico desorden, una degeneración del gran sancocho nacional de Jaime Bateman, se convertiría en una pesada carga, imposible de manejar.  Así, el progresivo e inevitable deterioro de su ecléctica y audaz guerrilla es lo que habría llevado a Carlos Pizarro a firmar la paz a toda costa antes de que se deteriorara la imagen y se minara el apoyo político con el cual contaba el grupo. El escritor mexicano Carlos Fuentes, que en la actualidad trabaja en una biografía de Carlos Pizarro, Aquiles o El Guerrillero y el Asesino, señala que éste " fue un luchador guerrillero hasta el momento en que se dio cuenta que inevitablemente se iba hacia la narcoguerrilla, que ésta iba a ser inseparable de su actividad guerrillera … En ese momento quemó sus armas, obligó a su gente a tirarlas” [27]. Antonio Navarro también considera que Pizarro “ya vislumbraba que el escalamiento de la guerra nos comprometería inevitablemente con las actividades del narcotráfico y la masificación del secuestro, para garantizar el flujo de recursos que demandaban los nuevos niveles del enfrentamiento militar, lo cual terminaría por degradar las armas de la revolución” [28].

En retrospectiva, es difícil creer que se trató de una decisión totalmente preventiva: más verosímil resulta como planteamiento que Carlos Pizarro, en algún momento a finales de la década, pudo darse cuenta que de donde ya efectivamente estaba metido el grupo era muy difícil impedir un posterior deterioro, desgaste y criminalización. Una dinámica similar, la paz como reacción ante la inevitable degradación del grupo, parece haber sido determinante para el proceso de reinserción  del EPL. La acumulación de acciones indudablemente audaces pero totalmente irresponsables –hágale, actúe ahora y piense después- realizadas no por una organización estructurada sino por una heterogénea gama de actores, levemente unidos por una razón social, en medio de una guerra sucia, pasaba la factura.

sigue

[1] Strong (2001) p. 238
[2] Duzán (1993) p. 108
[3] Duzán (1993) p. 126. 
[4] COPP (2002) p. 34.
[5] COPP (2002) p. 37
[6] COPP (2002) p. 39
[7] COPP (2002) p. 57.
[8] COPP (2002) p. 63”.
[9] COPP (2002) p 55. Subrayados propios.
[10] Testimonio de El Zarco citado en COPP (2002) p. 64
[11] COPP (2002) p. 67
[12] COPP (2002) p. 67
[13] COPP (2002) p. 75
[14] Vallejo (2007) p. 274
[15] Ver Strong (1996), Bowden (2001) y Salazar (2001)
[16]  Grabe (2000) p. 242.
[17] En Ronderos (2003) p. 203
[18] Salazar (2001) p. 141
[19] El Tiempo, Octubre 6 de 2006. Énfasis propio.
[20] Vallejo (2007) pp. 230 a 261
[21] Vallejo (2007) p. 236
[22] Salazar (2001) p. 142
[23] Strong (2001) p. 237 traducción propia.
[24] Testimonio de Juan Gabriel Uribe en Ronderos (2003) p. 211.
[25] Duzán (1982) Subrayados propios.  
[26] Grabe (2000) p. 86. 
[28] “La Desmovilización del M-19 Diez Años Después” http://www.viaalterna.com